domingo, 22 de junio de 2014

La Ruta del Solsticio de Invierno

Texto: Freddy Jadue

Quizás qué habrá pensado la familia que desayunaba en su casa en Caleta Chome cuando nos vio pasar. Íbamos mojados, corriendo bajo la lluvia, gritando excitados por la experiencia y el descubrimiento que estábamos viviendo. Recorrer uno de los paisajes más bellos de la Provincia de Concepción en plena tormenta, era una locura más que compartíamos con mis compañeros de OnFirefly Trail Running y que pese al cansancio y al frío gozamos como nunca.


Junto a Fabián, Juan, Yeri, Héctor y nuestro amigo catalán Xavi, planeamos esta salida pensado hacer un circuito partiendo desde Caleta Lenga, siguiendo hacia la bella Playa Ramuntcho, pasando al Faro Hualpén, luego a Chome, para seguir hasta Rocoto, el Parque Pedro del Río Zañartu y luego volver a Lenga, sin embargo, no contábamos que el tiempo iba a ponerle mayor intensidad a la ruta y con ello modificar nuestros planes, reduciendo a 20 km nuestra idea original.


Lenga, la conocida caleta hualpenina nos recibió totalmente dormida. Llegamos cuando aún las cocinerías locales estaban cerradas y el juego de las olas era el único sonido presente. Tras los estiramientos de rigor guiados por Héctor, emprendimos el camino subiendo la pendiente que nos iba a llevar a Ramuntcho, una de las joyas de la ruta: arena blanca y mar turquesa como una postal caribeña, lo único malo es la gran cantidad de basura que rodea la zona y los dos microbasurales que reflejan el olvido de las autoridades de uno de los patrimonios naturales más reconocidos de la Península de Hualpén.


Ramuntcho en Verano (imagen referencial)



Tras la pasada por la playa la lluvia arreciaría lentamente, primero con una tímida y refrescante llovizna y luego, mientras subíamos con una creciente intensidad. Llegamos a la zona militar donde se encuentra resguardado el Faro Hualpén, pero pese a nuestros intentos, con el acceso estaba cerrado no hubo a quien pedirle permiso para entrar, pues dada la hora, probablemente dormía. Vivir ahí, al borde de un acantilado frente al Pacífico, más aún en un fría y lluviosa mañana, probablemente tenía al celador del faro metido en su cama... en fin, dejamos ese hito pendiente y seguimos adelante.


Xavi, nuestro integrante llegado desde el viejo mundo, conocía algunas rutas y nos guió a hacia Chome, la bella caleta en la cual descansan los restos de una ballenera y que iba a ser el lugar que marcaría el punto de retorno, cosa aún no sabíamos.

Comenzamos a desplazarnos con un trote regular, disfrutando los baches del camino e intentando minimizar los efectos del agua en las zapatillas y el barro que ya estaba por todos lados. Así entre gritos y vítores nos adelantábamos entre todos poniendo énfasis en que nadie quedase muy atrás y en avanzar los más posible. Los punteros fueron como ya es tradición nuestros amigos Fabián y Héctor, cuyo ímpetu juvenil no decae nunca y cada tanto compiten por quién lleva la delantera. Estábamos en eso capeando las curvas embarradas, cuando ante nuestros ojos se abrió un valle que nos voló la cabeza.

Se trataba de un espacio que descendía lentamente hacia el borde costero y estaba coronado por dos montes justo antes de enfilar en terribles acantilados y la vista de mar furioso en un día de lluvia. El viento era fuertísimo, pero no nos detuvo hasta llegar a la cima más alta y contemplar aquella maravilla bajo un cénit que variaba del gris al blanco en remolinos y trombas intermitentes.

Planeamos volver, organizar una competencia, retornar en verano, invitar a otros amigos... en una situación así, la imaginación se toma de la mano de la locura y corre a rienda suelta por nuestras ideas. En tanto, el mar y el viento seguían con su clamor invernal y decidimos continuar nuestra ruta. Aún debíamos llegar a Chome y la condiciones del tiempo estaban empeorando.
Mapa de la Ruta

Tras unos giros y subidas, vimos la casas de la caleta y seguimos hasta ahí. Recorrimos sus calles, hasta la ballenera y a medida que aumentaba el viento y la lluvia ubicamos el monte más alto de la zona y corrimos hasta ahí gritando como locos. Ya no había mucho qué hacer, estábamos empapados, eufóricos por el paisaje y embriagados de nuestros propios gritos. Observamos la inmensidad del mar desde la punta, en un sector en el cual había una animita que recordaba a tres personas que habían perdido la vida en la zona quizás en qué circunstancias. Pensé que ese era un lugar ideal para recordar la fragilidad de la vida humana y el respeto a la naturaleza, una que justo en ese instante nos desafiaba.


Decidimos volver pues la vuelta no iba a ser fácil. Comenzamos el ascenso hacia el camino principal justo cuando la tormenta, a mi parecer, tuvo su momento más duro, tanto así que la fuerza de la lluvia hacía que doliera cara mientras intentábamos llegar a la protección del bosque. Así lo hicimos. Ya entre los árboles la cosa fue mejorando de a poco. La lluvia se fue agotando y nosotros decididos a quemar los últimos cartuchos hasta llegar a destino.


De nuevo nuestro Xavi, nos mostró un camino que bajaba lentamente hacia la zona de Lenga y que conectó con un sendero que nos llevó en picada hasta el final de la ruta, donde llegamos felices, abrazándonos y repasando los hitos del camino. Llegamos hasta Caleta Lenga que recién se disponía a despertar sin saber que una nueva meta había sido lograda en medio de sus calles.


Habíamos celebrado el Solsticio de Invierno.

¡Feliz We Tripantu!

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