Texto: Carlos "Charly" Burgos
Comenzamos con
unos litros de pasión y unos doblones de Morfeo, no teníamos nada más a mano.
La idea del logro era lejana y la concepción del recorrido se había vuelto una
flauta traversa de extraño sonido.
El domingo fue
el escenario elegido para partir nuestra épica locura de trail running, siendo la noche la encargada de brindarnos el saludo. El grupo
parecía entusiasmado, decidido, sinérgico y vigoroso. Al parecer habíamos sido
capaces de involucrar nuestras motivaciones más allá del simple deseo de
correr: nos habíamos convertido en grandes sin saberlo…
El protagonista
no sería otro, que uno de las cumbres más altas de mi hermosa región, Los
Nevados de Chillán, nuestro Sensei nos comentaba que la ruta sería algo
exigente, pero que de igual manera, nos entregaría algo más que dolor en los
gemelos junto a una que otra caída. Éramos ocho, un número infinito de deseos, sueños y actitudes… el resto, el
resto era sólo pan comido.
El comienzo se
dilató. Comenzó con unos fragmentos de textos confusos que con el paso de la
nieve tendieron a esclarecer. La voluntad de los corredores parecía cada vez
más nítida, sus voces reunían cada vez más cánticos y el sonido de la montaña
comenzaba a oscurecerse en el amargo silencio frente a la presencia de estos
grandes guardianes de cuello blanco, mientras el cambio de turno le daba el
pase al sol y a su viento.
Los primeros dos
cuartos parecían interminables, bajo la brújula mental de nuestro espacio. Habrían
sido unos 12 o 18 kilómetros fácilmente, para la vista de la montaña y su
blanca presencia solo se trataba de un reto de menor exigencia, no obstante la entereza
de los corredores no vaciló…
Hubo un momento
donde el sol, la montaña y el viento, recogieron nuestra plegaria, queríamos
hacer historia y para eso, para eso debíamos dibujar nuestra presencia en la
roca con fotografías. Fue ahí cuando un tímido compañero de grupo aconsejó
posiciones, elevo órdenes y marco ese glorioso momento, se trataría de la
última fotografía… la última que reflejaría nuestra frescura corporal y sonrisa
matutina.
El avance
comenzó a ser cada vez más lento, se transformó en una pista de baile, de baile
mental de nuestras aspiraciones, donde dos princesas recogían energías de la
vibrante nieve, mientras seis valientes
caballeros sostenían una carrera personal, que consistía en reír, disfrutar y
gozar… el paisaje dibujaba la silueta más dulce que un ser humano puede
disfrutar, reflejaba ese apetito frontal decisivo e inconsciente de avanzar por
avanzar, mientras el reloj del Sensei dirigía los pasos lentamente hacia
delante.
Las horas
avanzaban y no se trataba de una escalera de peldaños ciertamente, sino de una
serie de sucesos lógicos y sudorosos, en nuestro esfuerzo por alcanzar el Aguas
Calientes. Valle de rocas y de riqueza mineral se convirtió en aliada, mientras
las nubes pasaban por la vitrina de lo que sería la vuelta a la partida,
bastaba saber que la locura era la energizante del momento y el deseo de cada
uno de nosotros: un protagonista más dentro de las suelas de nuestras
zapatillas.
Por un momento y
sólo por un momento, confundí con certeza mi temporalidad y mi espacialidad, la
razón, no sabía dónde diablos estaba. Al parecer los embates nocturnos de
estudio estaban arremetiendo mi ánimo y la pulsada se inclinaba a favor del
cansancio. En ese momento “El bravo” acercó sus recursos y lentamente me
propinó un plan “debes llegar”. Si bien este objetivo no era parte de una
intervención, limitaría mi motivación en los siguientes metros, por otro lado
los caballeros entonados por la gloria, realizaban constantes cánticos para
subirme el ánimo. Lo había decidido, debía llegar…
Fue entonces
cuando el camino se cortó, la vista parecía de otro planeta y al parecer
nuestra historia comenzaría a temblar por su fin.
Cuando el
descenso comenzó, vagas ideas rondaban mi cabeza, entre ellas comer; no tenía
alguna otra idea que no se relacionara con un exquisito banquete de mi
parrilla, cosa que por momentos, era un oasis motivacional en mis venas.
La llegada se
acercó y con ella el dolor, las marcas de guerra de la MDS 2014 asumieron el
papel principal, el dolor de rodillas se volvió insoportable, tanto que si no
guardaba precaución, la probabilidad se seguir entrenando con frecuencia
disminuiría.
Los descansos
comenzaron a ser cada vez más cortos, fue allí donde las doncellas del grupo
analizaron médicamente mi caso. Debí tomar un antiinflamatorio, la rodilla al
parecer estaba bien cagada. El consejo fue, baja con cuidado, a la larga puede
que tenga efectos negativos, situación que me tomé muy en serio y que hoy me
tiene una semana y 4 días sin trotar…
La meta apareció
como un abrazo, un abrazo a la constancia y al deseo de lograr un tramo tan
complejo y una superficie tan generosa, generosa de su paisaje y de la belleza
de la montaña. Al retirarnos cerramos nuestras experiencias con una fotografía.
Si se dan cuenta en la punta del cerro, junto a las piedras y el viento, ellas
nos hacen un pequeño guiño.
Los esperamos
pronto.