Texto: Freddy Jadue
Aún no
sé qué me llamó la atención: si fue la respiración que siempre delata la
fatiga, especialmente en el último tercio de una carrera o fue la tenacidad de
su marcha. Lo cierto es que al darme cuenta por el color de su dorsal, que era
una corredora de los 60 km, no pude evitar hablarle para darle ánimo. La
segunda versión de Torrencial Valdivia Trail, había estado durísima desde el
principio cuando partimos frente al mar oscuro que baña la playa de Pilolcura,
por eso varias horas después, era esperable que las energías fuesen
disminuyendo. Ella había comenzado su travesía a las 5 am y yo que elegí el
desafío de los 42 km, estaba en la ruta desde las 7 junto a varios centenares
de corredores y corredoras, venidos de todos lados.
Noté
que su ritmo disminuía y me atreví a decirle que no bajara, que la iba ayudar,
que hiciéramos lo quedaba juntos, que así era más fácil, que no quedaba mucho,
que sólo venían bajadas… me dijo que se llamaba Fernanda y que estaba bien, me
di cuenta que era argentina y así nos fuimos armando y manteniendo nuestros
ritmos en esos interminables últimos kilómetros. Atrás había quedado el bosque
más espeso, que quitaba en aliento con sus infinitos matices verdes, el aroma
de la tierra viva y los troncos muertos cubiertos de musgos, como volviendo al
origen en el mismo suelo lafkenche,
que nos recibía con su belleza húmeda y silenciosa.
Unos
sorbos de agua y un par de arengas eran suficientes para controlar el sopor y
seguir dándole a la ruta. Fernanda renegaba de las subidas, transaba con su
ritmo y arremetía, caminábamos y volvíamos a correr. Pasamos algunos
corredores, cada uno con sus calvarios: que la banda, que los isquiotibiales,
que tengo otro calambre, más y más reclamos. El cuerpo se manifiesta en todo su
esplendor en una carrera de montaña y eso puede ser doloroso, especialmente
cuando evidencia las propias limitaciones, sin embargo, la decisión de cumplir
con el desafío es más grande. Lo sabía Fernanda y lo sabía yo. Ella iba por su
podio y yo por llegar en la mejor condición posible, considerando el
kilometraje acumulado en la temporada y el entrenamiento.
Poco a
poco, la geografía denotaba la cercanía del mar, es decir, la meta estaba
cerca. Ahí nos separamos, apuré el paso y marché más adelante. Al rato nos
volvimos a cruzar, ahora venía con un compatriota y nos fuimos quemando los
últimos cartuchos hasta que finamente la gran bajada anunció que la meta estaba
cerca, pero no iba a ser fácil.
Enfilamos
en un rápido descenso, ella rauda junto a su compañero, tomó una posición
adelantada y de ahí no pude seguirles el paso, hasta que nos felicitamos una
vez que todo había acabado. Bajé rápido pero sin castigar mis tobillos,
decidido a mantener el ritmo y a guardar algo para el final, pues picar en los
últimos metros siempre es emocionante. A medida que bajaba apreciaba el mar en
toda su magnificencia, mojando la misma playa que aparecía dorada y
resplandeciente, como los gritos de la gente que estaba esparcida por el cerro
apoyando a los competidores.
Una vez
más la meta estaba frente a mis ojos. Un último esfuerzo y ya está, pensé. Terminaba
así, mi aventura décimo en mi categoría, sin olvidar que nuevamente la selva valdiviana
no quiso mostrar su lado más torrencial.
Fotografía: Nativo Productora Fotográfica