martes, 8 de diciembre de 2015

Aprender del Camino


Texto: Freddy Jadue

No lo logré. Simplemente no pude. Pelié, vaya que sí, pero las exigencias del cuerpo fueron mayores y ante la deshidratación que me afectaba tuve que aceptar que, esta vez, no iba a cruzar la meta de los 73 km de Vulcano Ultra Trail. Un desafío que preparé con entrenamiento cruzado, competencias previas y las clásicas salidas con los compañeros de Luciérnaga Trail, pero ello no evitó que tomara una mala decisión, que fue lo que finalmente me convirtió en DNF.

Ya comenzar una competencia a las 4 de la madrugada parecía una locura, sin embargo, la adrenalina y la ansiedad, propias de un gran desafío como es VUT, me tenían concentrado en mi objetivo.  Mis compañeros iban por los 42 km y sólo la Clau Sanhueza, había aceptado el desafío de ir por los 100 km, así que al comenzar mi carrera, ella iba en su propia lucha, la que iba a ser apoyada en su rol de pacer, por nuestro querido Lino Urbina, quien la había orientado en su preparación.

En la meta, amigos y caras conocidas, gestos de amabilidad, datos de última hora, arengas varias. Este año VUT nos sorprendía con un terreno completamente cubierto de las cenizas volcánicas originadas tras la erupción del Volcán Calbuco, lo cual se iba a convertir en un gran obstáculo para la mayoría, debido a que el terreno boscoso al cual uno acostumbra en este tipo de travesía, ahora tenía textura de arena de playa.

Así, con el conteo capitaneado por la “voz oficial” de los eventos trail running, Cristian Valencia, comenzó la carrera que tanto había esperado. Partí junto a mis queridos compañeros de aventura, Jackie Cárdenas y Marcelo Neira, con quienes teníamos planeado un champañazo tras llegar a la meta... ¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno! y ya estábamos luchando con la ceniza, comenzando un lento ascenso que nos iba a llevar hacia la Roca Vulcano, desde donde hay un vista magnífica del valle, el Lago Todos Los Santos y el cordón montañoso que lo rodea.

La noche era perfecta, sin nubes. La luz de la luna dibujaba un trazo plateado en el lago y el aire estaba realmente agradable. Así poco a poco, cada uno según sus capacidades y como una gran serpiente luminosa, fuimos reptando por las faldas del Osorno, franqueando cada uno de los obstáculos naturales que nos ofrecía el circuito trazado por la organización.

Como llegué a la Roca Vulcano antes de que despuntara el alba, me permití algo que nunca hago y me tomé un par de fotos. Es que la sensación de “ganarle al sol” era totalmente gratificante, incluso a quienes llegaban exhaustos, les decía lo mismo para que se animaran: ¡Le ganaron a sol! Ahí comenzaron las bajadas rápidas por las laderas cubiertas de ceniza, para entrar al bosque. Aparecieron más tarde en la ruta, los respectivos Puntos de Abastecimiento y Seguridad (PAS), donde aprovechaba de complementar lo que llevaba en mi mochila, calculando no comer más de lo necesario.

En la Roca Vulcano
 Pasamos los otros PAS, acompañado de Marcelo y un corredor llamado Abdo, quien se manejaba con bastones con real astucia. El sol ya estaba haciendo de las suyas así que se agradecía cada sombra de cada árbol que nos íbamos cruzando por el camino. En uno de los PAS estaba, la más grande de todas, Marlene Flores, quien se había retirado. Con mis compañeros liberamos cenizas de las zapatillas, comimos algo y nos fuimos al primer gran hito: PAS Petrohué. El lugar de donde comenzó todo y donde estaban los amigos. Ese sector marca los 43, 3 km de la ruta y es donde comienzan los últimos 30 km de carrera, con la subida que nos llevaría a los 1341 msnm de la Cima La Picada.

Con Marcelo, afirmamos el ritmo debido a que era terreno plano y acordamos estrategias para lidiar con lo que se venía. Llegamos al Petrohué entre gritos, aplausos y demases. La energía del ambiente ere única. Fui directo a lo que había planeado: cambiar algunas prendas de ropa, cargar geles y comer al liviano, recordé que tenía unas pastillas Dextro con carbohidratos y tomé una sin pensarlo, luego unos sorbos de coca cola, un par de saludos a los amigos y salimos.

Bien cansado, pero tranquilo, seguí la ruta esperando que apareciera Marcelo y un corredor brasileño llamado Julian que se había unido a nuestra marcha. Hacía mucho, pero mucho calor, al menos la sensación de era de 30 grados. En eso aparece mi compañero, con más energía y me pasa a buen ritmo, considerando las cenizas que cubrían todo. Ahí mi primera náusea. Luego otra y otra más.
Seguía corriendo y caminado, calculando la energía para no sobrexigirme sino ir relajado, no obstante, seguían las náuseas. Me empecé a sentir realmente mal, pero traté de respirar mejor y pensar en cosas lindas: la risas de mi sobrinos, la mesa servida en casa, los amigos en la ruta de los 42 km y así, pero los malestares aumentaban.

Ahí me di cuenta que casi no tenía agua, pues había olvidado llenar la bolsa de mi mochila. Gravísimo error.
Lentamente todas las maravillas de la carrera más linda del año comenzaron a convertirse en un infierno. Vomité un par de veces, así que tuve que parar a descansar. En eso aparece, mi compañero de grupo, Juan Carlos Schwerter, un verdadero alivio fue su presencia. Me vio y me pasó un gomita de jengibre y media pastilla de sal, eso me reanimó y pude controlar las náuseas, ponerme de pie y seguir. Los banderilleros eran la esperanza de tener agua a la mano, pero no había. Uno de ellos nos alentaba a gritos, nos decía que faltaba poco, que había que seguir que tres kilómetros más… Tras el último banderillero hacia el PAS Desolación, que era donde todos queríamos llegar, nos enfrentamos a la parte más dura: un verdadero desierto bajo un sol que nos abrasaba, donde íbamos en silencio y muy lentamente tratando de atisbar en la línea del horizonte el ansiado PAS.

Varios corredores anónimos me brindaron su apoyo, dándome unos sorbos agua o aliento. Apareció nuevamente Abdo, quien me dio un caramelo que me dio la energía para seguir, pues los calambres se estaban haciendo más seguidos y me estaba comenzando a marear.

“¿Dónde está la mierda de PAS?”, pensaba. Repetí mil letanías en mi cabeza para no flaquear y no dejar que el dolor me ganara, pues tenía que llegar como fuera… en eso apareció uno de los banderilleros con agua, así que tomé un sorbo y continuamos hasta que el PAS estuvo a la vista, tras dos quebradas, pude encaminarme al ansiado lugar, pero muy a duras penas pues la piernas las tenía agarrotadas debido a la deshidratación.

En el PAS, tomé un vaso de agua, me senté y comencé a beber por sorbos. Estaba Marcelo recuperándose, apareció don Luis Galaz, el padre de mi amigo Yeribert, con quien estaban compartiendo la ruta de los 42 km y otras caras conocidas. A esa altura y dadas las circunstancias, varios hablaban de no seguir y tomar un camino más corto para volver a Petrohué. Yo languidecía en mi silla, hasta que uno de los militares del Cuerpo de Socorro Andino, chequeó mis signos vitales y me puso oxígeno para me repusiera más rápido. Incluso me ofrecieron la posibilidad de descansar en una carpa hasta donde me acompañaron y fue donde pude finalmente reponerme. 

Luego todo se viene en cámara rápida: junto a otros nos subieron a un camión militar, luego a una camioneta cuatro por cuatro y a un bus que se llenó de cortados de los 100 km hasta que cerca de las 21 horas vuelvo a la meta, donde estaban mis amigos y sus abrazos y palabras dulces.

Pese a la frustración de no haber terminado la carrera estoy muy agradecido de la nobleza de los corredores anónimos que me apoyaron y a la de mis amigos que esperaron mi regreso con paciencia infinita. Tengo la certeza de que se aprende más del camino que del objetivo, sólo que no lo había visto hasta vivir esta experiencia que me ha enseñado a respetar más mi cuerpo y ser más responsable con las decisiones que tomo al respecto.

Bruno, mi sobrino de seis años, al enterarse de mi DNF, me dijo:
“Qué triste, pero no importa si no llegaste a la meta, lo importante es que corriste, ahora hay que entrenar más, no más”.


Gracias por leer.



Charla Técnica

Con Lino, antes de partir.

Polera oficial

Con parte de Luciérnaga Trail

Decidido


Volcán Osorno

lunes, 9 de noviembre de 2015

Ser Parte de la Belleza Ancestral

Texto: Freddy Jadue
Fotografías: Sandra Duhart, CasaVerde y Freddy Jadue.

Las piernas tienen memoria. Eso pensé cuando llegué al asfalto que formaba parte de circuito de 32 km del Merrell Corralco Challenge. Lo sentí casi como una mala jugada para un corredor de montaña que ya dejó la superficie clásica de las rutas urbanas, por el desafío del desnivel acumulado y las bajadas técnicas. Ahí estaba, como disfrazado, corriendo con un gesto equivocado bajo un sol abrasador, que no nos dio tregua en esa pasada de casi 3 km por Lonquimay, en plena región de la Araucanía.

“Eso, vamos, ¡¡con ánimo!!”, me gritó una señora desde la calle, lo que me recordó a la Maratón de Santiago y poco a poco empecé adaptarme para retomar el ritmo que llevaba, especialmente cuando me di cuenta que quienes iban delante de mí evidenciaban cansancio. Pasé un par de compañeros “traileros”, lamentándome por el calor y uno de ellos me dijo: “se fue toda la belleza”, efectivamente así había sido.

Volcán Lonquimay desde el Centro de Esquí Corralco
A las 10 de la mañana habíamos largado desde el centro de esquí de Corralco, en plena Reserva Nacional Malalcahuello, a los pies de un imponente y nevado Volcán Lonquimay, rodeado de bosques ancestrales de araucarias (Araucaria araucana) y otras especies nativas. Éramos casi 200 corredores y corredoras de todos lados, que habíamos llegado a desafiar un circuito que prometía y que tenía al grueso de los más de 400 inscritos en la distancia de 15 km y a un puñado de valientes en los 70 km.

En la medida que el circuito avanzaba, el paisaje se iba transformado debido a la perspectiva, los cambios en la luminosidad y las posibilidades que brinda la observación desde la altura. Cruzamos un bosque milenario y comenzamos un ascenso que nos recibió con machones de nieve, para luego convertirse en un paraíso blanco entre montes nevados que vigilaban la silenciosa marcha de los corredores que seguían las marcas amarillas que indicaban el camino, las mismas que en un punto de hicieron escasas, debido al viento puelche que oscurecía todo: ahí escuchamos los silbatos de los banderilleros que indicaban la dirección correcta.
Araucaria
Correr en una circunstancia así, es una mezcla de sensaciones que van desde las ganas de llegar a un lugar más seguro, la vibración de la carrera en compañía de otros que comparten la misma pasión y un paisaje que a veces impacta tanto con su belleza, que cuesta concentrarse en el ritmo y el terreno en cual va pisando. Así ocurrió cuando llegamos a los territorios donde habita el tunduco (Aconaemys fuscus), roedor que hace túneles superficiales los cuales se pueden convertir en trampas mortales para quien pasa corriendo, debido a que al pisar la tierra cede y la posibilidad de esguince es altísima. Así lo explicaron en la charla técnica el día anterior, así que había irse con cuidado.

Falda del Lonquimay
 Poco a poco el paisaje cambiaba, venía más bosque, un bellísimo sendero nevado y un una bajada fulminante, coronada con la llegada al punto de hidratación, la antesala del pequeño infierno de la ruta de asfalto que castigó las rodillas de algunos y a otros les permitió descansar antes de subir y enfilar hacia la zona de la meta, en el centro de esquí.

Así, dejando atrás la localidad de Lonquimay, venía una subida lenta que poco a poco comenzó a cubrirse de bosque nativo, antes de transformarse en una subida “comepiernas” de la cual estábamos advertidos y era la ocasión para meterse el último gel antes de preparar los kilómetros finales.

Efectivamente, el centro del esquí a la vista tentaba con una cercanía falsa, pues como suele suceder la meta está mucho más allá de lo que los cansados ojos nos proponen como calmante. Muy de a poco, los últimos cartuchos se consumían ya en una marcha por ganar unos segundos más que los oponentes mientras las araucarias en toda su majestad vigilaban nuestro paso.

Ahí estaba la meta, sólo unos metros más. Pensaba en los amigos que ya estaban seguramente celebrando, esperándome, en ese momento mágico que te convierte en vencedor. En que si terminaba 32 km y me sentía bien iba poder correr los 73 km de Vulcano Ultra Trail que será en unas semanas más, en que estaba loco, en que ya lo estaba logrando, en que maravilloso se veía el volcán, en nada. Dejé de pensar y corrí con una sonrisa. Corrí y levanté los brazos. Lo había logrado, una vez más.
   

Zona de la meta, la tarde anterior.
Charla Técnica
Charla Técnica by Tomás
Agradecimientos especiales a Hostal Casa Verde, por un excelente servicio y por la amabilidad de Catalina y Juan Carlos; unos tremendos anfitriones, cocineros de lujo y poseedores de las gallinas más felices y libres de la zona.

Plaza de Curacautín
Hostal CasaVerde
Con los amigos y anfitriones en el hostal.

domingo, 23 de agosto de 2015

Cuando las Rutas se Encuentran

Texto: Freddy Jadue
Fotografías: Latitud Sur Expedition y Moisés Jiménez

No tuve tiempo de mirarlo ni a los ojos. Cuando vas capeando una pendiente, cualquier distracción puede sacarte del ritmo y hacerte perder el equilibrio, cosa que en una carrera trail running puede convertirse en una aparatosa caída y una posible lesión, así que las palabras que cruzamos con el corredor que apareció detrás de mí fueron cortas.
Habíamos pasado el kilómetro 25 y dejado atrás la altura máxima que superó los 2 mil metros, así que la fatiga se estaba haciendo notar y comenzamos a hablar de eso; a compartir datos, que cuánta agua, que dónde estaban los avituallamientos, que cuándo la próxima carrera… Una ruta tan dura como los 38 km de la travesía que une a Til Til con Lampa y que organiza LSE, requerían de cualquier apoyo para hacerla más llevadera. En este caso fue Javier, el corredor peruano que es parte de Green Trail y que como muchos viene del mundo del asfalto y se ha vuelto un fanático del desnivel acumulado.

“Mira, Javier, ¿ves ese compadre de azul que va por allá?, tenemos que alcanzarlo, él es nuestro rival”, le dije y así comenzó nuestro juego de ponernos pequeñas metas para no bajar el ritmo, pese a la combinación de trote y una lenta marcha atlética, según lo permitiera el terreno, que cada tanto nos salía con una sorpresa. Es que por mucho que se estudie el perfil de una carrera es, in situ, cuando se está solo frente a la inmensidad de la naturaleza, cuando llega el momento en que la mente comienza a convertirse en la verdadera guía u obstáculo para alcanzar la meta.
Tras el punto de abastecimiento, seguimos al desafío final. Partí primero, pero como pronto nuestros ritmos volvieron a coincidir, le expliqué lo que recordaba de la versión anterior y le decía que guardara piernas porque la bajada final era compleja. Así muy de a poco, comenzamos a divisar corredores y también a pasarlos. Eso de las pequeñas metas, de buscar rivales en el horizonte nos ayudó a no bajar el ritmo, animándonos mutuamente. Planeamos entrenos con su grupo, hablamos de comida peruana y de los tramposos que se saltaban los giros para acortar distancia, entre otras cosas.


Ya cerca de la gran pendiente final, se nos unió un tercer corredor. “Cuidado con la piedra”, “está resbaloso ahí”, “chucha-casi-me-saco-la-cresta”, fueron algunos de los datos que nos pasábamos tras más de seis horas de ruta y con la energía justa para terminar. Así seguimos, hasta que los tres pasamos a otro tipo más y nos encontramos solos ante la inmensidad de un valle que desciende en picada hasta la Medialuna de Lampa, donde estaba la meta.
Íbamos volando, casi contando los giros, evitando caer pese a los tropiezos cuando el tercer corredor, se pega un salto en una vuelta y hace una cortada, poniéndose sin ninguna vergüenza, a la cabeza de los tres. Tanto Javier como yo, nos pareció una actitud fea, pero nos dimos ánimo y seguimos adelante porque íbamos a llegar habiendo hecho una carrera limpia, que es lo que corresponde.


 Cosas del trail: nuestro rival ya en la zona más plana comenzó a evidenciar un ligero cambio de ritmo. “¡Gueón, démosle de más lo alcanzamos!”, le dije a Javier, quien me apoyó y nos concentramos en esos últimos metros. Corrí con todo lo que pude, sentía atrás que mi compañero venía cerca, luchando con la misma determinación, hasta que unos 800 metros antes de enfilar a la meta, logramos pasarlo. Crucé la meta con una sonrisa por el tremendo logro y tras recibir las felicitaciones de mis compañeros de Luciérnaga Trail, me volví a abrazar a mi compañero que venía detrás, tan feliz como yo, de haber vencido una de las carrera más duras del año.
Gracias a Javier Molleda, espero que nuestras rutas se vuelvan a cruzar.



Freddy, Xavi, Héctor y Fabíán.

martes, 7 de abril de 2015

Fue Dolor, Nunca Sufrimiento

Texto: Juan Carlos Schwerter

Me impactó profundamente la avalancha de sensaciones y sentimientos que afloraron en mi cabeza gatillado por el desprendimiento de una uña negra conquistada en Vulcano Ultra Trail. VUT fue uno de los viajes más entretenidos y enriquecedores en autoconocimiento que he realizado.
En algún punto del invierno del año pasado sentí el llamado de enfrentar el desafío de una carrera de mayor exigencia. Poder ser parte de Luciérnaga Trail y su fantástico grupo humano, apalancó la decisión. Lo que se dice de ser ultra exponencial es ciertamente algo natural en nosotros y de manera natural elegí el mismísimo Volcán Osorno como escenario para ello.

Compañerismo, amistad y las "patitas" siempre dispuestas de Luciérnaga Trail

Me es imposible limitar el desafío VUT al trayecto largada - meta. Lo sentí como una travesía que comenzó -sin ser consciente de ello - gracias a la fructífera imaginación que nos brinda la infancia. Recuerdo tardes jugando a perderme y encontrar la ruta a casa entre el verdor del bosque de la Región de Los Lagos, "oteando" pájaros y mamíferos grandes, buscando poder compartir su fascinante entorno sin incomodarlos con mi presencia. Sólo durante escasos días al año, cuando una especial condición atmosférica lo permitía, se divisaba muy pero, muy a lo lejos, el imponente Volcán Osorno, estilizado, majestuoso, misterioso e inalcanzable. Crecí escuchando sus historias y fantaseando con sus traicioneras grietas como con sus vastas laderas que esconderían tanto por explorar. El cacique Quitralpique entraba en la categoría de superhéroe con su mítica hazaña de haberlo subido, arrojado el corazón de su bella amada dentro del cráter en erupción como ofrenda, para así aquietar al Pillán. Sí, es el mismo Pillán quién habitaría dentro del Osorno.

Durante la vida me ha tocado organizar un sinnúmero de actividades y ser flexible cuando algo resulta distinto de lo previsto. Este estudiado desafío contenía mucho de desconocido y la disponibilidad de los recursos dependían únicamente de mis capacidades. Se trata de un ejercicio que demanda enorme honestidad con uno mismo. Viendo en retrospectiva, lo veo como el máximo de la planificación estratégica. Con el otro hemisferio percibo como esa faramaña de estímulos y sensaciones de este viaje junto a gente querida, conllevan a un resultado de franca hermosura y gozo.
Sonrío con el recuerdo de los primeros kilómetros junto a Clau. Partimos a paso decidido y manejando la ansiedad de la larga y tan esperada jornada que se nos avecinaba, ello fue una alegría y tranquilidad, le doy las gracias. Luego de unos 6Km nos adentramos en la Quebrada Jurásica que requería trepar y donde correr era imposible. Ello me despertó la misma curiosidad de la infancia; seguir adelante y así ver qué había y cómo se veía desde más arriba ¡entretención pura! En esa inicial parte de la carrera había personas con cara de sufrimiento y otras, trepando como gatos, y por ende, ya sabía a quiénes seguir. Pensando que la jornada se podría colocar calurosa, arriesgué con poca ropa de abrigo. Al dejar la protección de la quebrada y vegetación, la cara sur del Osorno nos esperaba con una gélida ventisca, la lluvia hacía dificultoso divisar el marcaje y mis helados dedos sólo deseaban que la senda ingresara a alguna quebrada, para así bajar la exposición al viento. Recién había alcanzado los 800-900 msnm y la cima del cerro La Picada se encuentra a 1.341msnm. De tanto desearla, finalmente apareció, dentro de ella incluso había un PAS que incluía papas fritas (las cuales distan de ser un snack de mi predilección) la que despertaron un fiero magnetismo. Hoy puedo decir con propiedad, ¡¡¡nada más asqueroso que Pringles mojadas por lluvia!!!
Muy feliz saliendo del PAS
La subida a la cima del cerro La Picada fue ardua sobre arena suelta, en zonas se podía ver que salirse del sendero te haría rodar decenas de metros por empinadas pendientes. Corrimos entre nubes densas, el marcaje estaba cada 20 m y desde una marca no alcanzabas a divisar la próxima. Junto a la recién conocida Carolina acordamos distanciamos unos 5 m uno del otro, así cubríamos la distancia ciega entre marcas y logramos nuestro común objetivo. La bajada fue un verdadero gozo, arena blanda sobre pronunciada pendiente y bueno, escasa visibilidad. Al final de la quebrada alcancé a un grupo que iba con un fuerte paso, me uní a ellos por poco tiempo, se me hizo imprescindible parar a sacar piedras de las zapatillas. El largo descenso de regreso al lago fue un disfrute del paisaje, íbamos maravillados, unos conversando y otros incluso fotografiando. El clima había cambiado.
Luego de unos 600 m de desnivel negativo los cuádriceps de algunos comenzaron a reclamar y yo bajé el ritmo, sabía que aún faltaba muchísima de carrera. Camino a la playa nos encontramos con los primeros corredores de 35 km y ello fue un golpe de energía. Dentro del bosque Daniela y Francisco me brindan alegría, ellos siguen veloces y yo trato de seguir a mi planificado ritmo. Al final de la playa aparece Freddy, me alegro doblemente, por verlo y porque sentía respeto de esos km arenosos de ribera que pasaron volando. En el PAS Petrohué estaba además Yeri, lleno de buena onda, me acompañó mientras seguía mi estrategia de alimentación e hidratación sin inconvenientes. Era el km 30 y mi primera meta personal estaba superando mis expectativas.


Río Seco tras PAS Aluvión - viendo el blanco y negro
Cometí el error de colocarme recién ahí las polainas y ello demandó mucho tiempo y sobre todo incomodidad. Quiero pensar que significó que mi antecesor de categoría etaria llegara 4to a sólo 53 seg... Claro que los antecesores a él lo hicieron en unidad hora antes. Ahí comienza la subida a la cumbre Roca Vulcano, iba entero comiendo y bebiendo incluso en la árida lengua de roca. Alcancé a otros corredores de mi distancia y de pronto, un diablillo se sienta sobre mi hombro, me hizo apurar un poquito más el paso en la subida. Ello fue sólo positivo para el ego en un instante efímero, ya pagaría por ello después. Obvié la foto sobre la Roca Vulcano asumiendo que la bajada sería de arena blanda símil a la primera y el diablillo seguía hablándome de descontar tiempo. Debo ser muy claro que hasta ese instante mi única meta ¡era terminar! La bajada es muy técnica, mis cuádriceps y uñas no se llevaron bien con la pendiente y las piedras volcánicas ya no me simpatizaban. Tardé mucho más de lo planificado y así llegué un poco deshidratado al PAS aluvión, el cual no tenía agua y el sol de diciembre ya estaba haciendo lo suyo. Eso fue malo, muy malo dado que no quería isotónico. Mi cuerpo demandaba mucha agua y no estaba transando con otros líquidos. Los siguientes 5 km por el río seco los sentí muy áridos, sólo quería llegar al río Petrohué y estuve olvidando a ratos la postura, golpeé los dedos con varias de las muchas rocas dispersas. El trayecto de unos 2 km por el borde del río tenía muchas quilas cortadas en afilado bisel, había perdido la postura, iba tropezando y me seguía golpeando las uñas, sentía temor de caer y caminé un rato, no estaba levantando los pies. Mi cuerpo quería agua y medio gel, mi único bebestible, el isotónico rojo tibio no pasaba por la tráquea. Deben haber sido unas 1,5 h corriendo solo, se me hizo largo, ello. Pensaba que no podría terminar la carrera producto del fuerte Río Seco tras PAS Aluvión - viendo el blanco y negro dolor de uñas y recordaba todas las veces que hice bromas a los alharacos: seguramente también te duelen las uñas y el pelo... pero el dolor no resistía bromas. Por fin en el PAS Solitario, durante la planificación pensaba que llegar al 50 es casi como alcanzar la anhelada meta, equivocado en ello también estaba. En el PAS me dieron ánimo y agua, ello me devolvió entereza mental. Llevaba rato dando las gracias por haber dejado zapatillas y calcetines ahí, mis pensamientos anteriores eran agua, otras zapatillas y ¡cómo duelen los pies! Me senté con dificultad, me quité las zapatillas y no quise dejarme sorprender con lo que podría encontrar bajo los calcetines. Salí del PAS feliz nuevamente, el cuerpo lo sentía exhausto, pero calzaba zapatillas más anchas ¡¡qué delicia!! Dentro del bosque iba con la sensación que estábamos sólo rellenando kilómetros, difíciles km. Paradojalmente pensaba que sólo me alejaban de la meta. Sabía que venían pendientes, camino polvoriento y si bien los pies y yo estábamos felices con frescas zapatillas, también estaba consciente que no era una condición sostenible por mucho tiempo.

Logré entretenerme y concentrarme nuevamente en la carrera, regresé rápido al PAS y de ahí era sólo hacer los últimos 6 Km. No fue grato regresar a las piedras y ríos secos. En la última parte nos unimos con otras categorías, donde gracias a la buena onda del cerro nos acompañamos. Ya en la playa, mientras pensaba que era maldad, de esa de adentro, hacernos correr en arena suelta los últimos metros hasta la meta, veo a Vice quién me va a encontrar y me acompaña hasta ella... regresan las emociones de cruzarla mientras escribo. Allí los abrazos cariñosos de Pao, Yeri, Freddy, Toño, Vice, Fabián junto al mejor y más perfecto ceviche de mi vida fueron la verdadera cúspide de mi primer VUT.
En la meta con Freddy, Toño y Yeri.

Enamorado con pasión del anticucho junto a Pao, Yeri, Fabián y Vice.

Con capa de superhéroe al encuentro de Clau junto a Vice.




lunes, 23 de marzo de 2015

Los Amigos serán Amigos…



Desafío Sendero de los Volcanes, Parque Nacional Conguillío, 50Km.

Texto: L. Antonio Cuevas
 
Un poco tieso después de no más de cinco horas de sueño en el asiento de copiloto del jeep de Jorge, dieron comienzo a una mañana heladísima que se abrió paso en el camping Los Ñirres del Parque Nacional Conguillío. Si alguien hubiese tenido un termómetro, seguro hubiese marcado algo bajo cero… al menos mi infaltable expresso matutino no falló en esta oportunidad y logró subir la temperatura de mis manos. Ya con algo de sangre corriendo por los dedos, logré abrocharme las zapatillas y caminar los no más de 400 metros que separaban el camping de la partida del Desafío Sendero de los Volcanes.


A un costado de la partida, la escarcha cubría los primeros metros de la ruta.
Casi llegando a la partida y aún en la oscuridad de la mañana, diviso muy cerca el auto de uno de mis compañeros de Luciérnaga Trail, Lino. Como siempre nuestro querido “sensei” ha traído a su familia: Xime, Emi y su madre, quienes como pollos entumidos esperaban que saliera algo de sol, para no enfriarse por completo. El hecho de ver a Lino y los suyos tan temprano y con su acostumbrado entusiasmo, me dejó cien por ciento listo para comenzar.


08:30am con Lino, más 27 madrugadores y nuestra matutina compañera escarcha comenzando la ruta.

Yep… desde hace un tiempo he comenzado a darme cuenta lo importante que son esas personas con las que compartes pasiones comunes, da igual cuales sean éstas, mientras exista un saludo sonriente y la buena onda que los cercanos te entregan con un simple hola y un abrazo. Quizás el hecho de sentirse parte de una “tribu”, de compartir temas, datos, caras felices... son las que llenan de una energía especial. Esa mañana no fue la excepción, se llenó mi mochila de buenas vibras gracias a ese grupo del cual me siento parte.

De alguna manera no me importó la distancia, altimetría, tipo de terreno, ni nada relacionado. Era un momento especial, obviamente: por primera vez saludaba el día para correr 50Km entre bosque nativo, escoria volcánica, recorrido que incluía el paso por el costado de lagos, terrenos planos y pendientes. De hecho, me siento afortunado de poder escribirlo, sin embargo, la información de la ruta pasó a segundo plano, lo más importante en este desafío era disfrutar y aplicar lo aprendido, los buenos recuerdos, las anécdotas y, por supuesto, ver a lo largo del camino y en mis recuerdos, muchas caras sonrientes.

Los primeros 4-5Km fueron de mucho frío, de ese que hace picar la piel, por lo que no me desprendí del cortaviento, buff y guantes. Creo que fue buena estrategia comenzar  tranquilo y a un ritmo pausado, caminar un poquito y "guardar piernas" y energías para las subidas que venían, sobre todo para el Volcán Llaima y el terreno con acarreo. Después del primer punto de hidratación y con una buena parada para comer y reponer energía (¡gracias Daniela por el consejo!), bajé rápido y relajado la Sierra Nevada, extraña combinación para mí, ya que suelo ser muy temeroso al bajar.

Sierra Nevada, primera subida del recorrido.
Un plano de aproximadamente de 12Km me mantuvo a ritmo constante y contemplando el cambio brusco desde un denso bosque de coihues, lengas y araucarias a una linda mezcla de colores tierra y de escoria volcánica. Estos kilómetros fueron como retroceder a escala geológica y ser transportado a tiempos prehistórico ¿Cómo llegó a formarse tal maravilla?

Al mismo tiempo, pero a una escala mucho menor en mi cabeza, pasaban muchos buenos recuerdos e ideas, como las aventuras vividas con mis compañeros y compañeras de cerro y me atrevo a decirlo, ahora también de vida. Como escribió Queen en Friends will be Friends: “Cuando la esperanza está perdida, extiende la mano porque los amigos serán amigos hasta el fin”. Así los geles, agua, isotónico, frutos secos y hasta el salame que llevé para esos casi 10Km de subida con acarreo al Llaima, fueron prácticamente reemplazados por muchos "sorbos de adrenalina y geles de endorfinas" al confiar que al final de la ruta esperaban los abrazos y caras sonrientes de mis amigos… de todos, no sólo los que estaban en Conguillío.

Vista del Lago Conguillío desde el Volcán Llaima (Fotografía: Jona)
Cerca de la 13:00 horas y con el calor del mediodía llegué al punto más alto de la ruta, muy cansado, pero riéndome y una grata sensación de que abajo estaban todas las personas agregaban algo de fibra a los músculos de mis flacuchentas cañuelas para lograr terminar la ruta. Volé en la bajada, cantaba y ahora me deleitaba con el regreso del verde en la ruta. Al parecer hasta la suerte me acompañaba, ya que sin planificarlo 1Km antes del último puesto de hidratación el agua e isotónico se acabaron. Esta última pausa la aproveché para conversar con los chicos de la organización, recargar algo de líquido, nuevamente comer y también disfrutar del regreso a los coihues, lengas y del canto de los numerosos loros tricahue, que quizás nerviosos miraban a los corredores transitar por su hogar.

Ruta de bajada desde el Llaima y comienzo de los últimos 10K de recorrido.
Sentí mis piernas muy pesadas estos últimos 10Km. Las pendientes en el bosque, mucho menores que las del volcán fueron gratamente sufridas, total ya era casi el final de la ruta, total ya cruzaría la llegada y compartiría otro lindo recuerdo con mis compañeros. ¡Yep! una historia más a la mochila de buenos recuerdos que todos han ayudado a empacar, pero por lo que veo y que de paso me entusiasma, aun no hemos llenado.

Poco a poco comencé nuevamente a divisar entre los árboles al esperado Lago Conguillío. También comencé a ver corredores de 25Km que renovaron aun más mi ritmo con sus palabras de ánimo. De un sendero cambiamos a la ruta de los vehículos y nuevamente a la entrada al camping. Pocos metros faltaban y con mi corazón lleno, escucho los gritos de Freddy, Ximena… ¡de todos! Como souvenir una linda medalla, como premios: abrazos, sonrisas, mensajes de texto y llamadas perdidas (no hay señal de telefonía móvil en el parque) para compartir el logro. Me sentí bien, me sentí contento… ¡cauros, lo logramos!

Al parecer mi piernas y pies no se mueven por la experiencia acumulada, que ciertamente no es mucha, quizás algo tienen que ver las ganas, que como muchas cosas van y vuelven, pero si tengo muy claro que son ustedes los que principalmente hacen que un desafío como este pueda ser posible, pueda ser disfrutado y agradecido, es por esto, y seguro por mucho no necesariamente de lo que compartimos en el cerro, que completé mis primeros 50Km. Les doy las gracias a mis queridos amigos y amigas ¡¡Como será que hasta me animé a escribir un race report!!

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