Texto: Freddy Jadue
Fotografías: Latitud Sur Expedition y Moisés Jiménez
No tuve tiempo de mirarlo ni a los ojos. Cuando vas capeando
una pendiente, cualquier distracción puede sacarte del ritmo y hacerte perder
el equilibrio, cosa que en una carrera trail
running puede convertirse en una aparatosa caída y una posible lesión, así
que las palabras que cruzamos con el corredor que apareció detrás de mí fueron
cortas.
Habíamos pasado el kilómetro 25 y dejado atrás la altura
máxima que superó los 2 mil metros, así que la fatiga se estaba haciendo notar
y comenzamos a hablar de eso; a compartir datos, que cuánta agua, que dónde
estaban los avituallamientos, que cuándo la próxima carrera… Una ruta tan dura
como los 38 km de la travesía que une a Til Til con Lampa y que organiza LSE,
requerían de cualquier apoyo para hacerla más llevadera. En este caso fue
Javier, el corredor peruano que es parte de Green Trail y que como muchos viene
del mundo del asfalto y se ha vuelto un fanático del desnivel acumulado.
“Mira, Javier, ¿ves ese compadre de azul que va por allá?,
tenemos que alcanzarlo, él es nuestro rival”, le dije y así comenzó nuestro
juego de ponernos pequeñas metas para no bajar el ritmo, pese a la combinación
de trote y una lenta marcha atlética, según lo permitiera el terreno, que cada
tanto nos salía con una sorpresa. Es que por mucho que se estudie el perfil de
una carrera es, in situ, cuando se
está solo frente a la inmensidad de la naturaleza, cuando llega el momento en
que la mente comienza a convertirse en la verdadera guía u obstáculo para
alcanzar la meta.
Tras el punto de abastecimiento, seguimos al desafío final.
Partí primero, pero como pronto nuestros ritmos volvieron a coincidir, le
expliqué lo que recordaba de la versión anterior y le decía que guardara
piernas porque la bajada final era compleja. Así muy de a poco, comenzamos a
divisar corredores y también a pasarlos. Eso de las pequeñas metas, de buscar
rivales en el horizonte nos ayudó a no bajar el ritmo, animándonos mutuamente.
Planeamos entrenos con su grupo, hablamos de comida peruana y de los tramposos
que se saltaban los giros para acortar distancia, entre otras cosas.
Ya cerca de la gran pendiente final, se nos unió un tercer
corredor. “Cuidado con la piedra”, “está resbaloso ahí”, “chucha-casi-me-saco-la-cresta”,
fueron algunos de los datos que nos pasábamos tras más de seis horas de ruta y
con la energía justa para terminar. Así seguimos, hasta que los tres pasamos a
otro tipo más y nos encontramos solos ante la inmensidad de un valle que desciende
en picada hasta la Medialuna de Lampa, donde estaba la meta.
Íbamos volando, casi contando los giros, evitando caer pese
a los tropiezos cuando el tercer corredor, se pega un salto en una vuelta y
hace una cortada, poniéndose sin ninguna vergüenza, a la cabeza de los tres. Tanto
Javier como yo, nos pareció una actitud fea, pero nos dimos ánimo y seguimos adelante
porque íbamos a llegar habiendo hecho una carrera limpia, que es lo que
corresponde.
Cosas del trail: nuestro rival ya en la zona más plana
comenzó a evidenciar un ligero cambio de ritmo. “¡Gueón, démosle de más lo
alcanzamos!”, le dije a Javier, quien me apoyó y nos concentramos en esos
últimos metros. Corrí con todo lo que pude, sentía atrás que mi compañero venía
cerca, luchando con la misma determinación, hasta que unos 800 metros antes de
enfilar a la meta, logramos pasarlo. Crucé la meta con una sonrisa por el
tremendo logro y tras recibir las felicitaciones de mis compañeros de
Luciérnaga Trail, me volví a abrazar a mi compañero que venía detrás, tan feliz
como yo, de haber vencido una de las carrera más duras del año.
Gracias a Javier Molleda, espero que nuestras rutas se
vuelvan a cruzar.
Freddy, Xavi, Héctor y Fabíán. |
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