domingo, 19 de octubre de 2014

Estado Vegetal

Texto: Héctor Pino

Desperté gracias la gentil voz al teléfono de mi gran amigo Freddy. Se me pasaron por la cabeza todo lo que tenía que hacer en 1 segundo: eran las 6:30 am, pero mi reloj marcaba las 7:30, lo encontré genial, ya que todo esto de la percepción del cansancio es pura psicología. En fin adelantemos un poco el video…. ¡Llegué al lugar del encuentro! Se estaba Esteban, un chico que no hace mucho empezó a correr y hoy en día lleva más kilometraje y menos peso, que muchos que conozco que corren hace tiempo. Un reconocimiento especial por su esfuerzo.

Poco a poco fueron llegando todos hasta llegar a la suma de 10 deportistas, 9 hombres fortachones y una mujer decidida. Ya era la hora y nos preparamos para partir revisando agua, zapatillas apretadas, casaquitas y el imprescindible avituallamiento. Buena onda y tallas por doquier.

Partimos desde la Laguna Los Patos rumbo a Chiguayante, algo totalmente nuevo para mí que sólo había conocido el cerro La Virgen en Concepción y algunos otros más pequeños. Me emocionaba la idea de poder descubrir nuevos senderos y cómo llegaríamos a ese lugar tan alejado de donde estábamos. Nos fuimos por el camino tradicional hasta el TIGO, kilómetro 5 en donde estiramos, y luego al mítico Portón 9, cuna de los bautizos de nuestro grupo, Luciérnaga Trail. De ahí en adelante comenzó la aventura.

El camino parecía amigable hasta que Lino, a quien apodamos sensei, avisó de problemas de contractura que afectaron el ritmo del grupo, sin embargo, a pura garra y corazón logró relajar y poder continuar de forma normal, él nos decía que más adelante se venía más fuerte y si lo decía él, era para creerlo.

En la primera bifurcación, no dudé en marcar un hito en forma de cruz, nadie sabía qué pasaría más adelante y siempre es bueno prevenir, así seguimos corriendo y marcando la ruta. El camino, el día y la temperatura eran perfectas, como comentábamos con el compañero Yeri, sin embargo, nos dijimos que para nosotros cualquier clima es perfecto ya que corremos trail running y nos reímos.

El camino estaba jabonoso a causa del fango y hubo muchos resbalones en las bajadas y subidas. Al llegar a la bifurcación Nonguén-Chiguayante, admiramos el hermoso paisaje que nos regalaba el cerro, todos felices, sudados y motivados. Fuimos parando en sectores abiertos para admirar el paisaje y aprovechar de sacar fotos, hidratarnos, pero lo principal era para esperar a todo el grupo. En un momento encontramos un camino tapizado con puros troncos y bajé para explorar un poco y era infinito, decidimos no ir, pero lo único que quería saber era a dónde llegaba.

Luego de un rato, entre posas, paisajes hermosos y caminos embarrados, llegamos a una bajada del demonio, con barro, pequeñas fisuras que hacían de un camino normal algo imposible de pasar, sin caerse, sin embargo, a paso cortito y con buen agarre fuimos poniéndonos aprueba tanto a nuestra mente para elegir la pisada correcta, como a nuestro cuerpo para que reaccionara. Nos fuimos adelantando un poco con Yeri y Lino, entre curva y curva, me agarré de una zarzamora y me rajé la piel de la mano como si lo hubiese hecho un gato y también me caí de gluteus maximus, jajaja, pero me paré más que ligero para continuar.

No quería detenerme, era una sensación inexplicable. La bajada era interminable y muy técnica, en ese momento el equipo era esencial, tanto en zapatillas con más agarre y bastones, aunque siempre he pensado que eso quita lo natural de correr, por mí correría a pies pelados si no tuviera la piel tan delicada.

Al llegar al final, llegamos Chiguayante. Una calle que me parecía conocida, pero que nunca pensaría que era la entrada a un paraíso como el cual habíamos pasado. Estábamos enteritos y una chica nueva (Paola), aperraba sin queja alguna.

Fuimos en busca de algún negocio para comprar provisiones y encontramos mucho más que eso, y esto lo digo por la gentil sonrisa de una tierna abuelita que nos brindó agua y cosas de comer, al final nos tomamos una foto con ella. A mí me encantó, le di un gran abrazo lleno de sinceridad y amor, pues me recordó mucho a mi propia abuela.


Luego partimos con las energías más que recuperadas, tuve un poco de miedo de que me ocurriera algún problema estomacal, por todo el alimento que ingerí, también lo estaba por Miguel, ya que se estaba comiendo una manzana, y al preguntarle y recomendarle que no lo hiciera, me dijo que no importaba, que si le hacía mal, lo vomitaba. Jajajaja.

Seguimos el camino de vuelta, con la mente en blanco para no darnos cuenta de que todo lo que bajamos debíamos subirlo, con pendientes empinadísimas y un camino resbaloso.

Todo parecía ir en orden cuando, al esperar después de una pendiente, nos dimos cuenta que no estaban todos, así decidí bajar a buscarlos, iba gritando ¡¡LIIINOOOO!! , pero nadie respondía, creo que no lo hubiera escuchado tampoco por el sonido de mis pisadas. Seguí bajando hasta que me encontré con la doble bifurcación, grité de nuevo y nada, luego bajé un poco más y me encontré con un auto y pregunté por dos corredores, me respondieron que no vieron a nadie. Demonios, pensé, no sabía dónde se habían metido, decidí subir a decirle a los chicos que siguiéramos no más y al subir tomé sin querer el camino equivocado. Quise ir un poco más rápido y de repente me senté demasiado cansado, vi hacia atrás y noté que era una pendiente muy fuerte y había dosificado muy mal la energía, bajé un poco y mantuve para no parar. Al llegar al punto donde me separé, mi compañeros no estaban… seguí a un ritmo más rápido para no ser yo el que me perdiera esta vez y al poco rato los encontré. Les dije la noticia que al parecer Lino había tomado otro camino, sin embargo, nosotros jurábamos que íbamos con el experto. Con Yeri y Miguel, bajamos un supuesto camino correcto y comenzamos el descenso hasta que nos dimos cuenta de lo contrario, nos dispusimos a volver y era un monstruo de tierra. “A darle” dijimos y partimos: eran como 400 metros, pero nos mataron, ya que la única forma que se podía subir era caminando debido a la pendiente.

Al llegar con la cordada, escuchamos los gritos de Lino a lo lejos, pero el camino estaba cerrado, y era imposible llegar donde el siguiendo su voz, solución: volver. Llamamos a Lino a que hiciera lo mismo y nos fuimos un poco menos motivados por el percance. Se notaba en los rostros, sin embargo, a mí me encantó lo que sucedió luego.

Al llegar a la bi-bifurcación, esperamos a Lino y Vicente comiendo y pasándola bien, muchos decidieron irse en micro, no por las ganas de seguir sino por la hora.

Al llegar nuestro sensei, llegó con la cara de que nos iba a pedir 1000 flexiones por pavos, estaba enojado pero luego se le pasó, creo.

Terminamos de comentar lo del camino y el error que tuvimos de separarnos tanto en las bifurcaciones que, me siento culpable de no haber marcado la única y más importante y que la próxima vez íbamos a hacerlo con conocimiento de causa.

Los desertores fueron ocho, sólo quedamos Yeri y yo, y al despedirnos de todos, comenzamos la aventura, luego de decir a Yeri “NON STOP!”. Fuimos rapidito por los senderos que bajamos con tanta facilidad, cuando de un momento a otro llegamos a lo que pensamos iba a ser imposible cuando bajamos, paso a paso, fuimos pasando por el camino, con uno y otro resbalón y saltos olímpicos con doble mortal. Al llegar, fue un alivio y nos dijimos que de ahí en adelante no hay nada peor, nos dimos apoyo y comenzamos de nuevo.

Mis piernas comenzaban a recordar las subidas pasadas, así como también, mi estómago, el cual con tanta agua y gel se formó una especie de bolsa de ácido, Yeri estaba en las mismas.

Paso a paso, y cada vez más felices por el medio paisaje y camino, fuimos confiados en las señales de retorno que había marcado con anterioridad, de repente nos encontramos con el mítico camino de troncos. Yeri también quería saber que había al final de tal camino y decidimos ir junto a nuestra jauría de perros (como olvidar a estos grandes amigos, “aperrados” y siempre alegres) , fuimos por este sendero que parecía de película, con subidas y curvas extraordinarias, en el cual cada vez se veía más lejos y cada vez me preguntaba, ¿quién fue tan ocioso de hacer esto?, ¿dónde llega este camino?. Esta primera pregunta fue más grande al descubrir casi una colina completa totalmente vestida de estos troncos cortados. Era un paisaje muy bonito, aunque igual me daba un poco de pena, el pensar cuantos árboles fueron ocupados para crear tal belleza.

Seguimos adelante cuando de repente encontramos el final, algo inesperado, pero hermoso que decidimos no contarlo, ya que fue un camino largo y algo que otros deben hacer para saber la verdad al final del camino de troncos.

Al volver, no fue nada de fácil, recorrimos alrededor de tres o cuatro kilómetros hasta el final de aquel camino donde el regreso era muy empinado, fuimos la mayor parte del camino caminando, ya que por mi parte, estaba al límite, sentía que podía más, pero mis piernas no respondían, mi cuello estaba contracturado y mi mente estaba anonadada con tanta belleza.

Al llegar al final, llegamos al camino principal y echamos a andar la máquina que en ese momento apenas funcionaba a carbón. Llegamos al último punto en que decimos descansar, comimos los últimos gel y tragos de agua, en ese momento agradecí de infinita forma a Miguel, que me facilitó su gel, ya que sin él hubiese llegado en estado vegetal.

Seguimos nuestra aventura, a paso corto y fatigado, poco a poco tomando el ritmo llegamos a terrenos conocidos: el portón 9, el kilómetro 5, el TIGO, y la última colina de nuestro tradicional camino. Estábamos exhaustos a más no poder, cuando de repente a Yeri le da una contractura, pensé que era el fin y terminaríamos la ruta caminado: el me gritó que siga no más y le dije “Aquí llegamos los dos sí o sí”, caminamos un poco y luego la porción interna del cuádriceps del Yeri se relajó y partimos la marcha. Al llegar a la última reja no podíamos estar más felices, bajamos como zombies y vimos ese hermoso campanil el cual nos esperaba. Estábamos sin agua ni comida, en estado vegetal y con una sonrisa en la cara.

domingo, 22 de junio de 2014

La Ruta del Solsticio de Invierno

Texto: Freddy Jadue

Quizás qué habrá pensado la familia que desayunaba en su casa en Caleta Chome cuando nos vio pasar. Íbamos mojados, corriendo bajo la lluvia, gritando excitados por la experiencia y el descubrimiento que estábamos viviendo. Recorrer uno de los paisajes más bellos de la Provincia de Concepción en plena tormenta, era una locura más que compartíamos con mis compañeros de OnFirefly Trail Running y que pese al cansancio y al frío gozamos como nunca.


Junto a Fabián, Juan, Yeri, Héctor y nuestro amigo catalán Xavi, planeamos esta salida pensado hacer un circuito partiendo desde Caleta Lenga, siguiendo hacia la bella Playa Ramuntcho, pasando al Faro Hualpén, luego a Chome, para seguir hasta Rocoto, el Parque Pedro del Río Zañartu y luego volver a Lenga, sin embargo, no contábamos que el tiempo iba a ponerle mayor intensidad a la ruta y con ello modificar nuestros planes, reduciendo a 20 km nuestra idea original.


Lenga, la conocida caleta hualpenina nos recibió totalmente dormida. Llegamos cuando aún las cocinerías locales estaban cerradas y el juego de las olas era el único sonido presente. Tras los estiramientos de rigor guiados por Héctor, emprendimos el camino subiendo la pendiente que nos iba a llevar a Ramuntcho, una de las joyas de la ruta: arena blanca y mar turquesa como una postal caribeña, lo único malo es la gran cantidad de basura que rodea la zona y los dos microbasurales que reflejan el olvido de las autoridades de uno de los patrimonios naturales más reconocidos de la Península de Hualpén.


Ramuntcho en Verano (imagen referencial)



Tras la pasada por la playa la lluvia arreciaría lentamente, primero con una tímida y refrescante llovizna y luego, mientras subíamos con una creciente intensidad. Llegamos a la zona militar donde se encuentra resguardado el Faro Hualpén, pero pese a nuestros intentos, con el acceso estaba cerrado no hubo a quien pedirle permiso para entrar, pues dada la hora, probablemente dormía. Vivir ahí, al borde de un acantilado frente al Pacífico, más aún en un fría y lluviosa mañana, probablemente tenía al celador del faro metido en su cama... en fin, dejamos ese hito pendiente y seguimos adelante.


Xavi, nuestro integrante llegado desde el viejo mundo, conocía algunas rutas y nos guió a hacia Chome, la bella caleta en la cual descansan los restos de una ballenera y que iba a ser el lugar que marcaría el punto de retorno, cosa aún no sabíamos.

Comenzamos a desplazarnos con un trote regular, disfrutando los baches del camino e intentando minimizar los efectos del agua en las zapatillas y el barro que ya estaba por todos lados. Así entre gritos y vítores nos adelantábamos entre todos poniendo énfasis en que nadie quedase muy atrás y en avanzar los más posible. Los punteros fueron como ya es tradición nuestros amigos Fabián y Héctor, cuyo ímpetu juvenil no decae nunca y cada tanto compiten por quién lleva la delantera. Estábamos en eso capeando las curvas embarradas, cuando ante nuestros ojos se abrió un valle que nos voló la cabeza.

Se trataba de un espacio que descendía lentamente hacia el borde costero y estaba coronado por dos montes justo antes de enfilar en terribles acantilados y la vista de mar furioso en un día de lluvia. El viento era fuertísimo, pero no nos detuvo hasta llegar a la cima más alta y contemplar aquella maravilla bajo un cénit que variaba del gris al blanco en remolinos y trombas intermitentes.

Planeamos volver, organizar una competencia, retornar en verano, invitar a otros amigos... en una situación así, la imaginación se toma de la mano de la locura y corre a rienda suelta por nuestras ideas. En tanto, el mar y el viento seguían con su clamor invernal y decidimos continuar nuestra ruta. Aún debíamos llegar a Chome y la condiciones del tiempo estaban empeorando.
Mapa de la Ruta

Tras unos giros y subidas, vimos la casas de la caleta y seguimos hasta ahí. Recorrimos sus calles, hasta la ballenera y a medida que aumentaba el viento y la lluvia ubicamos el monte más alto de la zona y corrimos hasta ahí gritando como locos. Ya no había mucho qué hacer, estábamos empapados, eufóricos por el paisaje y embriagados de nuestros propios gritos. Observamos la inmensidad del mar desde la punta, en un sector en el cual había una animita que recordaba a tres personas que habían perdido la vida en la zona quizás en qué circunstancias. Pensé que ese era un lugar ideal para recordar la fragilidad de la vida humana y el respeto a la naturaleza, una que justo en ese instante nos desafiaba.


Decidimos volver pues la vuelta no iba a ser fácil. Comenzamos el ascenso hacia el camino principal justo cuando la tormenta, a mi parecer, tuvo su momento más duro, tanto así que la fuerza de la lluvia hacía que doliera cara mientras intentábamos llegar a la protección del bosque. Así lo hicimos. Ya entre los árboles la cosa fue mejorando de a poco. La lluvia se fue agotando y nosotros decididos a quemar los últimos cartuchos hasta llegar a destino.


De nuevo nuestro Xavi, nos mostró un camino que bajaba lentamente hacia la zona de Lenga y que conectó con un sendero que nos llevó en picada hasta el final de la ruta, donde llegamos felices, abrazándonos y repasando los hitos del camino. Llegamos hasta Caleta Lenga que recién se disponía a despertar sin saber que una nueva meta había sido lograda en medio de sus calles.


Habíamos celebrado el Solsticio de Invierno.

¡Feliz We Tripantu!

jueves, 24 de abril de 2014

Cuello Blanco

Texto: Carlos "Charly" Burgos

Comenzamos con unos litros de pasión y unos doblones de Morfeo, no teníamos nada más a mano. La idea del logro era lejana y la concepción del recorrido se había vuelto una flauta traversa de extraño sonido.
El domingo fue el escenario elegido para partir nuestra épica locura de trail running, siendo la noche la encargada de brindarnos el saludo. El grupo parecía entusiasmado, decidido, sinérgico y vigoroso. Al parecer habíamos sido capaces de involucrar nuestras motivaciones más allá del simple deseo de correr: nos habíamos convertido en grandes sin saberlo…

El protagonista no sería otro, que uno de las cumbres más altas de mi hermosa región, Los Nevados de Chillán, nuestro Sensei nos comentaba que la ruta sería algo exigente, pero que de igual manera, nos entregaría algo más que dolor en los gemelos junto a una que otra caída. Éramos ocho, un número infinito  de deseos, sueños y actitudes… el resto, el resto era sólo pan comido.





El comienzo se dilató. Comenzó con unos fragmentos de textos confusos que con el paso de la nieve tendieron a esclarecer. La voluntad de los corredores parecía cada vez más nítida, sus voces reunían cada vez más cánticos y el sonido de la montaña comenzaba a oscurecerse en el amargo silencio frente a la presencia de estos grandes guardianes de cuello blanco, mientras el cambio de turno le daba el pase al sol y a su viento.

Los primeros dos cuartos parecían interminables, bajo la brújula mental de nuestro espacio. Habrían sido unos 12 o 18 kilómetros fácilmente, para la vista de la montaña y su blanca presencia solo se trataba de un reto de menor exigencia, no obstante la entereza de los corredores no vaciló…

Hubo un momento donde el sol, la montaña y el viento, recogieron nuestra plegaria, queríamos hacer historia y para eso, para eso debíamos dibujar nuestra presencia en la roca con fotografías. Fue ahí cuando un tímido compañero de grupo aconsejó posiciones, elevo órdenes y marco ese glorioso momento, se trataría de la última fotografía… la última que reflejaría nuestra frescura corporal y sonrisa matutina.

El avance comenzó a ser cada vez más lento, se transformó en una pista de baile, de baile mental de nuestras aspiraciones, donde dos princesas recogían energías de la vibrante nieve, mientras seis  valientes caballeros sostenían una carrera personal, que consistía en reír, disfrutar y gozar… el paisaje dibujaba la silueta más dulce que un ser humano puede disfrutar, reflejaba ese apetito frontal decisivo e inconsciente de avanzar por avanzar, mientras el reloj del Sensei dirigía los pasos lentamente hacia delante.


Las horas avanzaban y no se trataba de una escalera de peldaños ciertamente, sino de una serie de sucesos lógicos y sudorosos, en nuestro esfuerzo por alcanzar el Aguas Calientes. Valle de rocas y de riqueza mineral se convirtió en aliada, mientras las nubes pasaban por la vitrina de lo que sería la vuelta a la partida, bastaba saber que la locura era la energizante del momento y el deseo de cada uno de nosotros: un protagonista más dentro de las suelas de nuestras zapatillas.

Por un momento y sólo por un momento, confundí con certeza mi temporalidad y mi espacialidad, la razón, no sabía dónde diablos estaba. Al parecer los embates nocturnos de estudio estaban arremetiendo mi ánimo y la pulsada se inclinaba a favor del cansancio. En ese momento “El bravo” acercó sus recursos y lentamente me propinó un plan “debes llegar”. Si bien este objetivo no era parte de una intervención, limitaría mi motivación en los siguientes metros, por otro lado los caballeros entonados por la gloria, realizaban constantes cánticos para subirme el ánimo. Lo había decidido, debía llegar…

Fue entonces cuando el camino se cortó, la vista parecía de otro planeta y al parecer nuestra historia comenzaría a temblar por su fin.

Cuando el descenso comenzó, vagas ideas rondaban mi cabeza, entre ellas comer; no tenía alguna otra idea que no se relacionara con un exquisito banquete de mi parrilla, cosa que por momentos, era un oasis motivacional en mis venas. 


La llegada se acercó y con ella el dolor, las marcas de guerra de la MDS 2014 asumieron el papel principal, el dolor de rodillas se volvió insoportable, tanto que si no guardaba precaución, la probabilidad se seguir entrenando con frecuencia disminuiría.

Los descansos comenzaron a ser cada vez más cortos, fue allí donde las doncellas del grupo analizaron médicamente mi caso. Debí tomar un antiinflamatorio, la rodilla al parecer estaba bien cagada. El consejo fue, baja con cuidado, a la larga puede que tenga efectos negativos, situación que me tomé muy en serio y que hoy me tiene una semana y 4 días sin trotar…

La meta apareció como un abrazo, un abrazo a la constancia y al deseo de lograr un tramo tan complejo y una superficie tan generosa, generosa de su paisaje y de la belleza de la montaña. Al retirarnos cerramos nuestras experiencias con una fotografía. Si se dan cuenta en la punta del cerro, junto a las piedras y el viento, ellas nos hacen un pequeño guiño.

Los esperamos pronto. 

lunes, 21 de abril de 2014

Todos los caminos nos sirven

Texto: Claudia Sanhueza

Todos los caminos le sirven a un trail runner si lo que se quiere es disfrutar de la naturaleza: si la ruta es sencilla, son sólo unos kilómetros más. Si, por el contrario, ésta se vuelve extenuante, esos kilómetros se vuelven una proeza, sin embargo, la experiencia me ha enseñado que mientras más difícil la ruta, mejor es.

En cuanto a la montaña, al igual que el mar, hay que tenerle respeto… vaya saber uno qué nos depararán esas pendientes, pero lo que sí hay que tener en cuenta es que nunca jamás, hay que fiarse de ella. Bueno tampoco de mi sentido de orientación ni de mi capacidad para levantarme temprano. Ya sabrán el porqué.

Todos los caminos sirven y esta vez le tocó a los Nevados de Chillán, recibirnos.



Punto de encuentro: Casa del Deporte UdeC, a las 05.00 de la mañana. Recién a las 01:30 h. terminé de preparar todo: raciones, agua, mochila, ropa, para finalmente irme a dormir. Tenía que recordar llegar a las 04:45 h. a casa de Toño en Chiguayante, así que me dije ¡buenas noches! Y me dormí.

En la mitad de mi sueño algo no me calzaba. Desperté sin escuchar la alarma y miré el reloj: ¡¡05:15!! ¡¡Rayos y centellas!!  ¡nooooooooo!! ¡Mi compañero Freddy me va matar! ¡Toño me va matar!! Corrí en círculos y llegué a las 05:40 al punto de encuentro (ojalá corriera así de rápido).

Todos están a bordo de uno de los autos; en la noche nos alineamos en equipos según cada vehículo y nos pusimos nombres. Por un lado los “Pro”: Héctor, Yeri, Charly, Freddy con Lino al volante y, por otro los “Karaoke”, formado por Miguel, Toño y yo como conductora, pues Alejandra se nos uniría en Chillán.

Pasamos por el cafecito correspondiente, las dos vueltas por el baño y a bordo nuevamente hacia nuestro destino: ¡¡los Nevados!!

Llegamos: frío gélido, cielo despejado, zapatillas listas… ánimo y moral por las nubes, todos preparándose. Lino, quien propuso la ruta, nos invita a comenzar el ascenso; las Luciérnagas (nuestro apodo informal) arremetemos con todo en la primera subida y en ella se nos va el primer aire. La foto correspondiente ante un paisaje espectacular. Se veía bueno. Era un buen equipo.



A medida que ascendíamos nos fuimos encontrando con que nuestra súper y arriesgada carrera tendría más tonalidad de trekking, puesto que el espesor de la nieve superaba los 20 cm. en algunos sectores, lo que no nos permitía trotar de continuo, pero ¿Qué le vamos hacer, más que seguir? Y así lo hicimos.

Un alto para la enésima foto de rigor, y de repente se arma una guerra de bolas de nieve. Yo, Alejandra, Yeri, Miguel y Charly. Éramos las féminas contra los trail boys y luego todos contra todos, recibí (entre tantas otras) dos bolas con malicia. Me di cuenta que, por esta vez, mi puntería se había quedado en la base. En fin, seguimos subiendo, subiendo y subiendo, nieve por todos lados. A ratos quedábamos todos en silencio intentando no contagiarnos con la cara de preocupación de Lino (quién nos guiaba), en otros minutos creo que más de alguno pensó: “¿y si me cayera? ¡a la cresta me voy!”, porque habían unos riscos que ya se los quisiera el mismísimo Kilian Jornet.



Fue así que de repente escucho un riachuelo y comenzamos a avanzar junto a Miguel: el camino ya no estaba nevado si no lleno de rocas y piedrecillas, seguimos con los pies a punto y la cabeza súper concentrada, para no falsear ni un paso. El pequeño río de agua caliente apareció ante nosotros por fin: parada para descansar mientras esperábamos al resto del equipo y a Lino, para que nos guiara nuevamente a destino. Faltaba poco para llegar a mitad de la ruta, ¿por dónde continuaríamos? Con un camino de alta dificultad técnica había que pensarlo dos veces.



Aparte de esquivar una que otra roca, tomada la decisión (por el sensei Lino, por supuesto) Seguimos hacia un gran río, ahí paramos a descansar, comer e hidratarnos. Charly y Miguel estaban más que cansados; habían corrido los 42 km. de la Maratón de Santiago hace una semana. En tanto, Alejandra se mantenía digna y los demás, incluyéndome, como siempre con el mejor de los ánimos. Ahora bien, no pensamos que sería tan difícil, y nos quedaba todo el camino de regreso ¡¡¡valor!!!! De todas maneras, el clima, el paisaje, la compañía, y la montaña por si misma me mantuvieron firme y feliz, fue una de las pocas veces en que no he pensado producto de la fatiga “¿qué estoy haciendo aquí?”... Pronto emprendimos el camino de regreso y a subir de nuevo, la voluntad y perseverancia definitivamente, lo pueden todo.



Pero como en la  montaña todo lo que sube tiene que bajar, nos encontramos con una generosa y larga bajada que aprovecharían los chicos, con Yeri a la cabeza. Este tramo, que será uno de los más recordados, se corrió con el ansia de llegar, de correr y de sentirse libre.







La nieve quedaba atrás y daba paso a un hermoso bosque, perdí de vista a Yeri, Miguel, Héctor, Freddy y Toño, que bajaron rajados.  Alejandra y Charly venían más atrás. Pienso ¿me habré perdido? ¡qué novedad! pero de lejos los visualizo, espero a los demás y troto, ya reunidos todos y como es costumbre hacemos el sprint final, y ganamos los Karaoke: sí, Pros reconózcanlo de una vez, jajaja. La última foto de rigor, nuestras zapatillas con 15 km. más en las suelas y mucho barro entre medio y nuestros corazones contentos y radiantes.



Track del día completado, aventura de la semana terminada, al igual que al principio con el ánimo y moral por las nubes. Todos con una gran sonrisa, ya queriendo volver.

Solo el que ama correr sabe de esa sensación y deseo, de ese pensamiento un poco absurdo de terminar recién una carrera y ya estar pensando en la próxima.

Todos los caminos sirven si lo que se busca es disfrutar la naturaleza, y como todo en la vida, si el sendero es compartido, mejor, mucho mejor.












domingo, 30 de marzo de 2014

Felices y embarrados - Race Report 29/03/2014

Texto: Freddy Jadue

Había planeado levantarme con suficiente tiempo para poder desayunar algo dulce y liviano y llegar puntual al lugar de la partida. Íbamos a correr unos 20 kilómetros partiendo desde la laguna Los Patos, en la U. de Concepción y recorriendo parte de cordón de cerros que se extiende hasta el Valle Nonguén, sin embargo, la tecnología dijo otra cosa.

La alarma del teléfono inteligente que uso, no sonó. Providencialmente, mi ansiedad habitual jugó a mi favor y me despertó para descubrir que llovía torrencialmente... mi primera sensación fue corroborar que pese a la lluvia la ruta se hacía igual. Mal que mal, mis compañeros de entrenamiento, con quienes practicamos trail running nocturno, están lo suficientemente rayados como yo como, para saber que bajo la lluvia toda ruta tiene un sabor distinto y se convierte en un real desafío.

Nos comunicamos por Whatsapp, era que no, para asegurarnos que la cosa sí iba y que a las 7.30 h. era la partida. Así que hice todos los trámites correspondientes previos a una salida y salí bajo la copiosa lluvia a buscar transporte. Tomé un bus que lentamente me llevó a destino, lo que significó 11 minutos de retraso, sin embargo, dado las condiciones relajamos la norma.

Poco a poco llegaron los convocados: Ale, la única chica; Yeri, Nefta, Toño y yo, verificamos que nadie más vendría, pues dada la cercanía de la Maratón de Santiago 2014, algunos prefirieron no exponerse a un resfrío y con Runkeeper encendido partimos a ritmo regular, para hacer un warm up mientras comenzábamos nuestro ascenso por la ruta de siempre, camino al Observatorio Geodésico Integrado Transportable, también conocido como TIGO. Cada uno con sus propias expectativas, midiendo sus posibilidades y comenzando a descubrir que la humedad estaba comenzando a llegar todas partes. 

Tras un rato estábamos totalmente mojados, pero con el espíritu en alto, literamente, pues la ruta continuaba su ascenso.

Dado que Yeri, tenía más experiencia en ese terreno, tomó la guía y nos llevó por rutas que no conocíamos, serpenteando en subida y luego en bajada, mientras la luz se colaba por entre las copas de los árboles y el aroma del bosque lo inundaba todo.

Yeri, Neftalí, Ale y Toño
El paisaje se ofrecía inmenso ante nuestra vista, bajo una lluvia que a ratos arreciaba refrescándonos y luego amainaba dándonos tregua, mientras variábamos el ritmo y charlábamos de lo que el resto se estaba perdiendo. 

Era una verdadera aventura: nos metimos por un sendero apretado, donde tuvimos que correr agachados, luchando para que la pendiente y barro no nos llevara al suelo, pero consientes de que una caída era más que probable.

Vaya que corrimos. Llovía y nosotros embarrados subiendo otra cuesta, concentrados y muertos de risa, planeando a qué carrera trail íbamos a ir y lo afortunados que éramos de contar con un espacio como en el que estábamos y compañeros decididos para compartir la ruta. De alguna manera nos estábamos consolidando como grupo y eso había que celebrarlo.

De los cinco en la ruta uno de nosotros, Neftalí, debió retornar por motivos laborales, sin embargo, con la sonrisa de la meta cumplida pues iba empapado y algo molesto por no poder continuar. Vendrán más rutas compañero, esto es para largo.

Ya cerca de los 12 kilómetros llegamos a un punto del recorrido que nadie conocía. Pensamos que estábamos acercándonos a Lonco, en Chiguayante y decidimos ver cómo llegar a la calle y volver al punto de partida a ritmo regular pero por plano, sin embargo, tras sortear un portón nos dimos cuenta que estábamos en pleno Valle Nonguén, en el camino a la Reserva y que si queríamos volver debíamos retornar al cerro por una ruta que ya conocíamos. Quedaba harto por delante y seguía lloviendo.

Cansados y repartiendo el agua que llevó nuestra compañera Ale, seguimos adelante por un el camino que va hacia la Reserva. Cada cierto tiempo nos cruzábamos con algún vehículo de donde nos miraban como diciendo: "¿cómo andan corriendo con esta lluvia?" y nosotros seguíamos felices, doloridos algunos y con algo de frío, pero con la decisión tomada de llegar hasta el final.


Motivados hasta el final
En algún punto mi aplicación de registro dejó de funcionar, probablemente porque el tiempo afectó la señal GPS así que no tenemos el trazado de la ruta completa más que en nuestros recuerdos y en el cuerpo, porque hasta el final pusimos potencia en cada una de nuestras zancadas, dándonos espacios para respirar y para alentar a quienes se rezagaban.

Llegamos al puente Las Carmelitas y comenzamos la vuelta a casa, obviamente cerro arriba, quemando los últimos cartuchos, a ratos en silencio, otros dando gritos ante la belleza del paisaje: que se parecía al bosque de los elfos, que el olor era único, que deberíamos organizar una carrera, cosas así.

El último tramo, de vuelta a la Ciudad Universitaria, seguimos a ritmo regular, picando un poquito para coronar una bella travesía que duró más de tres horas. Llegamos embarrados, empapados, doloridos, deshidratados y pero ante todo felices por la meta cumplida y sellando nuestra aventura con un abrazo y un hasta pronto. Porque la locura continúa. 

La selfie de rigor

Otra visión para la misma ruta, por Yeri

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