sábado, 17 de enero de 2015

¡Ya soy Ultra!

Texto: Freddy Jadue

Me dijo que su bote se llamaba “libertad”, lo que me sacó una sonrisa mientras disfrutaba del viento suave al acercarme a la otra orilla del río Huellelhue. Iba casi sin aliento, masticando un plátano a la rápida y eufórico por tanta belleza, cosa que le hice saber a don Luis, quien guiaba la embarcación y quien me despidió con una sonrisa tímida. “¡Ahora sigo hasta Caleta Cóndor!”, le grité y de un salto volví a la ruta. Era la primera carrera trail running en que participaba, donde el circuito estaba interrumpido por un río y una pasada en bote, lo que dio un toque de emoción tanto de ida como de vuelta.

Iba por el kilómetro 15 en ese instante y ya venía embobado por las maravillosas vistas de la zona, comenzando por la llegada a Maicolpué la noche anterior y por las playas de Tril Tril, de donde partió la aventura de correr mi primera ultra distancia. Sentí toda la ruta como una sucesión de imágenes del mar pacífico, bosque nativo, cielo azul, pájaros, una vegetación exuberante y senderos que serpenteaban animando el ritmo de una carrera que no me dio tregua.

Playa Rano

El Desafío Caleta Cóndor, quiso abrir el 2015 con ultradistancia y rutas de 30 y 15 kilómetros, para acoger corredores y corredoras principiantes y experimentados, de manera que cada año sean más quienes lleguen a deleitarse con una ruta dura, bella y que pinta para convertirse en un clásico. Viajé con algunos de mis compañeros de Luciérnaga Trail: Alejandra y Antonio que iban a los 30 km y Daniela, quien aperró con sus primeros 50 km tras una exitosa pasada por Vulcano Ultra Trail, otra carrera inolvidable.

Calculaba que iba por el kilómetro 18 cuando tras varias pendientes apareció ante mí una de las joyas del camino: Playa Rano, una extensión de casi dos kilómetros de arena blanca frente a un mar plateado y calmo que acompañó mi ritmo cuando tuve que sortear la arena bajo un sol abrasador y la mirada atenta de los pájaros que se iba en picada mar adentro. No veía a nadie, así que seguí las huellas mientras trataba de no desconcentrarme ante tal imagen. Fue ahí cuando se aparecen tres corredores, que se habían perdido y pretendían volver a la ruta, Daniela era una de ellos y pese a que aumenté el ritmo, no pude darle alcance.


Noté que la sensación de fatiga se estaba manifestando, consumí el primero de mis geles y me animé a seguir sorteando las innumerables raíces de los senderos que iban apareciendo delante mío. Éramos cerca de 20 corredores participando en esa prueba por lo que a medida que avanzaba la ruta las distancias entre unos y otros iban creciendo y no se veía a nadie en los alrededores.

Agua, bendita agua. Agotada mi reserva me encontré con un chico de la organización que me dijo que “más arriba” había. Vaya dato, lo que uno puede interpretar como “cerca” en un carrera, puede volverse una eternidad. Finalmente llegué al precario punto de hidratación: sobre una banca un bolsa de agua y algunos plátanos. No lo pensé dos veces y bebí de buena gana. Agarré ritmo y me dirigí al giro en Caleta Cóndor, donde podría llenar mi hidropack.

Las sensaciones fueron variadas durante las nueve horas que estuve en la ruta. Pensé mucho en muchas cosas y personas: hice planes, tomé decisiones, canté, me reí, en fin. Pienso que ese diálogo interno que se activa en el corredor es lo finalmente lo que nos lleva a la meta, pues el cuerpo hace trampas, te manda señales, reclama y hay que saber cómo llevarlo pues la satisfacción del logro, ese momento místico del desafío vencido es lo que a muchos nos lleva de carrera en carrera.

Una gran bajada es la que terminó por regalarnos la última vista al llegar al kilómetro 25. En el camino me crucé con Daniela y Jacqueline, quienes iban adelantadas y me animaron a no bajar el ritmo. Finalmente apareció ante mí: Caleta Cóndor, una delicada porción de arena dorada que se enreda de a poco en los tonos turquesa del mar que la rodea, frente a la mirada eterna de los verdes cerros aledaños. “¡Qué weá más bonita!”, creo que dije y bajé. En la playa esperaban una chicas que sacaban fotos y entregaban agua y frutas antes de emprender el retorno. Me gustó esa parte, gestos de ánimo, buena onda a pesar de los tábanos negros (scaptia lata) que no paraban de molestar y a varios nos siguieron cerro arriba, al iniciar el retorno.

Caleta Cóndor
Iba decidido a disfrutar lo más posible la vuelta Tril Tril, considerando que un giro abre una nueva posibilidad a la ruta y eso no iba desaprovecharlo. Llegué a uno de los puestos de control donde llené mi hidropack nuevamente y me preparé para mi retorno. Un par de gomitas Frugelé, chocolates y seguí.

Tril Tril
La ruta se iba poniendo cada vez más pesada, me costaba mantener el ritmo y mis pies reclamaban por los golpes que recibían mis dedos al esquivar las raíces en bajada. Me tropecé muchas veces y poco a poco la fatiga me fue invadiendo. Decidí correr sólo planos y bajadas, pues la pendiente la sentía el triple de pesada y me estaba costando mantener el equilibrio, inclusive. Ahí recién comprendí que estaba deshidratado.

En eso estaba, estudiando el ritmo, administrando el agua y comiendo de vez en cuando, cuando nuevamente ante mí apareció la Playa Rano. Estaba completamente solo, bajo el sol y enceguecido por el reflejo del sol en la arena. Me convencí de correr lo más rápido posible pues mi malestar creía y debía resguardarme de la radiación solar lo antes posible. Me seguían un par de tábanos negros que no me abandonaron hasta que estuve nuevamente en el bosque.

Freddy, Daniela, Alejandra y Antonio, de Luciérnaga Trail
Sentía que efectivamente me quedaba menos, sin embargo, el cansancio y el calor me hacían más lento, especialmente porque todo lo que venía eran interminables subidas. Pensé en el muro de los maratonistas, el kilómetro 30 y en qué lugar iba a marcar los 42 km, desde ahí comenzaba la ultradistancia que había decidido vencer.
Pronto estuve nuevamente delante de don Luis quien tenía listo su bote “Libertad” para ayudarme a cruzar. Le dije que me sentía bien, que iba a buen ritmo y que estaba contento lo lindo de la ruta, le di las gracias y le mandé saludos a su familia. Quizás qué cara tenía, pero sonrió amablemente al despedirse.

En el kilómetro 35 estaba el punto de retorno de los que corrían 30 km y me encontré con mi compañera Alejandra, quien registraba su llegada con una foto cuando nos vimos y nos abrazamos. Dos vasos de agua, para no gastar mi reserva y salimos juntos. Traía buen ritmo e incluso la adelanté dado el pequeño descanso, pero poco a poco Ale se fue acercando y luego no la volví a ver hasta la meta.

Ocupé toda el agua, geles y dulces que llevaba. La fatiga se estaba apoderando de mis piernas que perdían flexibilidad y los primeros calambres me avisaban que el ácido láctico iba en aumento. Controlé la respiración, traté de olvidarme de los dolores y pensar en cosas positivas, en los amigos que estaban en la meta, en que al día siguiente íbamos a ir a apoyar a nuestro compañero Héctor en su primer Iron Man y en la cena de la noche, hasta que poco a poco comencé a aflojar: pasé un par de corredores de los 30 y otros de los 50 km, lo que renovó mi ánimo. Seguí hasta que me encontré con otro punto de hidratación y poco a poco tomé conciencia de que en menos de una hora iba a estar levantando los brazos en la línea de meta.

Poco a poco fui acercándome a la costa, la euforia hizo que perdiera la ruta al menos dos minutos, sólo por desconcentración, pero cuando la encontré un renovado ritmo me animó a seguir hasta que Tril Tril, apareció nuevamente. Los últimos metros en picada, sin pensar, escuchando los gritos, recibiendo mi medalla y los abrazos de mis amigos que celebraban mi logro. Una sensación de alivio como pocas veces he sentido y la satisfacción de haberme convertido, finalmente en ultramaratonista.

 
Línea de meta 50 km.

Para el final

Para un corredor como yo, con más ganas que experiencia, cumplir con este desafío es muy importante porque marca un hito dentro de mi desarrollo deportivo en la práctica del trail running, así que quiero dar las gracias a todas las personas que de una u otra manera me apoyaron en esta travesía, en especial a mis compañeros y compañeras de Luciérnaga Trail por inspirarme, sepan que son un grupo de mucho temple y que seguiremos creciendo y apoyándonos incondicionalmente tal como lo hemos hecho hasta ahora.

Dedico este logro a mi familia por su comprensión sin límite y a mis sobrinos regalones, especialmente a Bruno, quien es mi fan número 1, también a mis amigos por sus palabras de aliento y felicitaciones y por entender que hoy mis prioridades son otras, pero siempre los tengo en mi mente y en mi corazón. Y, por último, a mi amiga Coca por su fuerza infinita.



Tril Tril

Tril Tril















Fotografías: Luis Antonio Cuevas.

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