domingo, 19 de octubre de 2014

Estado Vegetal

Texto: Héctor Pino

Desperté gracias la gentil voz al teléfono de mi gran amigo Freddy. Se me pasaron por la cabeza todo lo que tenía que hacer en 1 segundo: eran las 6:30 am, pero mi reloj marcaba las 7:30, lo encontré genial, ya que todo esto de la percepción del cansancio es pura psicología. En fin adelantemos un poco el video…. ¡Llegué al lugar del encuentro! Se estaba Esteban, un chico que no hace mucho empezó a correr y hoy en día lleva más kilometraje y menos peso, que muchos que conozco que corren hace tiempo. Un reconocimiento especial por su esfuerzo.

Poco a poco fueron llegando todos hasta llegar a la suma de 10 deportistas, 9 hombres fortachones y una mujer decidida. Ya era la hora y nos preparamos para partir revisando agua, zapatillas apretadas, casaquitas y el imprescindible avituallamiento. Buena onda y tallas por doquier.

Partimos desde la Laguna Los Patos rumbo a Chiguayante, algo totalmente nuevo para mí que sólo había conocido el cerro La Virgen en Concepción y algunos otros más pequeños. Me emocionaba la idea de poder descubrir nuevos senderos y cómo llegaríamos a ese lugar tan alejado de donde estábamos. Nos fuimos por el camino tradicional hasta el TIGO, kilómetro 5 en donde estiramos, y luego al mítico Portón 9, cuna de los bautizos de nuestro grupo, Luciérnaga Trail. De ahí en adelante comenzó la aventura.

El camino parecía amigable hasta que Lino, a quien apodamos sensei, avisó de problemas de contractura que afectaron el ritmo del grupo, sin embargo, a pura garra y corazón logró relajar y poder continuar de forma normal, él nos decía que más adelante se venía más fuerte y si lo decía él, era para creerlo.

En la primera bifurcación, no dudé en marcar un hito en forma de cruz, nadie sabía qué pasaría más adelante y siempre es bueno prevenir, así seguimos corriendo y marcando la ruta. El camino, el día y la temperatura eran perfectas, como comentábamos con el compañero Yeri, sin embargo, nos dijimos que para nosotros cualquier clima es perfecto ya que corremos trail running y nos reímos.

El camino estaba jabonoso a causa del fango y hubo muchos resbalones en las bajadas y subidas. Al llegar a la bifurcación Nonguén-Chiguayante, admiramos el hermoso paisaje que nos regalaba el cerro, todos felices, sudados y motivados. Fuimos parando en sectores abiertos para admirar el paisaje y aprovechar de sacar fotos, hidratarnos, pero lo principal era para esperar a todo el grupo. En un momento encontramos un camino tapizado con puros troncos y bajé para explorar un poco y era infinito, decidimos no ir, pero lo único que quería saber era a dónde llegaba.

Luego de un rato, entre posas, paisajes hermosos y caminos embarrados, llegamos a una bajada del demonio, con barro, pequeñas fisuras que hacían de un camino normal algo imposible de pasar, sin caerse, sin embargo, a paso cortito y con buen agarre fuimos poniéndonos aprueba tanto a nuestra mente para elegir la pisada correcta, como a nuestro cuerpo para que reaccionara. Nos fuimos adelantando un poco con Yeri y Lino, entre curva y curva, me agarré de una zarzamora y me rajé la piel de la mano como si lo hubiese hecho un gato y también me caí de gluteus maximus, jajaja, pero me paré más que ligero para continuar.

No quería detenerme, era una sensación inexplicable. La bajada era interminable y muy técnica, en ese momento el equipo era esencial, tanto en zapatillas con más agarre y bastones, aunque siempre he pensado que eso quita lo natural de correr, por mí correría a pies pelados si no tuviera la piel tan delicada.

Al llegar al final, llegamos Chiguayante. Una calle que me parecía conocida, pero que nunca pensaría que era la entrada a un paraíso como el cual habíamos pasado. Estábamos enteritos y una chica nueva (Paola), aperraba sin queja alguna.

Fuimos en busca de algún negocio para comprar provisiones y encontramos mucho más que eso, y esto lo digo por la gentil sonrisa de una tierna abuelita que nos brindó agua y cosas de comer, al final nos tomamos una foto con ella. A mí me encantó, le di un gran abrazo lleno de sinceridad y amor, pues me recordó mucho a mi propia abuela.


Luego partimos con las energías más que recuperadas, tuve un poco de miedo de que me ocurriera algún problema estomacal, por todo el alimento que ingerí, también lo estaba por Miguel, ya que se estaba comiendo una manzana, y al preguntarle y recomendarle que no lo hiciera, me dijo que no importaba, que si le hacía mal, lo vomitaba. Jajajaja.

Seguimos el camino de vuelta, con la mente en blanco para no darnos cuenta de que todo lo que bajamos debíamos subirlo, con pendientes empinadísimas y un camino resbaloso.

Todo parecía ir en orden cuando, al esperar después de una pendiente, nos dimos cuenta que no estaban todos, así decidí bajar a buscarlos, iba gritando ¡¡LIIINOOOO!! , pero nadie respondía, creo que no lo hubiera escuchado tampoco por el sonido de mis pisadas. Seguí bajando hasta que me encontré con la doble bifurcación, grité de nuevo y nada, luego bajé un poco más y me encontré con un auto y pregunté por dos corredores, me respondieron que no vieron a nadie. Demonios, pensé, no sabía dónde se habían metido, decidí subir a decirle a los chicos que siguiéramos no más y al subir tomé sin querer el camino equivocado. Quise ir un poco más rápido y de repente me senté demasiado cansado, vi hacia atrás y noté que era una pendiente muy fuerte y había dosificado muy mal la energía, bajé un poco y mantuve para no parar. Al llegar al punto donde me separé, mi compañeros no estaban… seguí a un ritmo más rápido para no ser yo el que me perdiera esta vez y al poco rato los encontré. Les dije la noticia que al parecer Lino había tomado otro camino, sin embargo, nosotros jurábamos que íbamos con el experto. Con Yeri y Miguel, bajamos un supuesto camino correcto y comenzamos el descenso hasta que nos dimos cuenta de lo contrario, nos dispusimos a volver y era un monstruo de tierra. “A darle” dijimos y partimos: eran como 400 metros, pero nos mataron, ya que la única forma que se podía subir era caminando debido a la pendiente.

Al llegar con la cordada, escuchamos los gritos de Lino a lo lejos, pero el camino estaba cerrado, y era imposible llegar donde el siguiendo su voz, solución: volver. Llamamos a Lino a que hiciera lo mismo y nos fuimos un poco menos motivados por el percance. Se notaba en los rostros, sin embargo, a mí me encantó lo que sucedió luego.

Al llegar a la bi-bifurcación, esperamos a Lino y Vicente comiendo y pasándola bien, muchos decidieron irse en micro, no por las ganas de seguir sino por la hora.

Al llegar nuestro sensei, llegó con la cara de que nos iba a pedir 1000 flexiones por pavos, estaba enojado pero luego se le pasó, creo.

Terminamos de comentar lo del camino y el error que tuvimos de separarnos tanto en las bifurcaciones que, me siento culpable de no haber marcado la única y más importante y que la próxima vez íbamos a hacerlo con conocimiento de causa.

Los desertores fueron ocho, sólo quedamos Yeri y yo, y al despedirnos de todos, comenzamos la aventura, luego de decir a Yeri “NON STOP!”. Fuimos rapidito por los senderos que bajamos con tanta facilidad, cuando de un momento a otro llegamos a lo que pensamos iba a ser imposible cuando bajamos, paso a paso, fuimos pasando por el camino, con uno y otro resbalón y saltos olímpicos con doble mortal. Al llegar, fue un alivio y nos dijimos que de ahí en adelante no hay nada peor, nos dimos apoyo y comenzamos de nuevo.

Mis piernas comenzaban a recordar las subidas pasadas, así como también, mi estómago, el cual con tanta agua y gel se formó una especie de bolsa de ácido, Yeri estaba en las mismas.

Paso a paso, y cada vez más felices por el medio paisaje y camino, fuimos confiados en las señales de retorno que había marcado con anterioridad, de repente nos encontramos con el mítico camino de troncos. Yeri también quería saber que había al final de tal camino y decidimos ir junto a nuestra jauría de perros (como olvidar a estos grandes amigos, “aperrados” y siempre alegres) , fuimos por este sendero que parecía de película, con subidas y curvas extraordinarias, en el cual cada vez se veía más lejos y cada vez me preguntaba, ¿quién fue tan ocioso de hacer esto?, ¿dónde llega este camino?. Esta primera pregunta fue más grande al descubrir casi una colina completa totalmente vestida de estos troncos cortados. Era un paisaje muy bonito, aunque igual me daba un poco de pena, el pensar cuantos árboles fueron ocupados para crear tal belleza.

Seguimos adelante cuando de repente encontramos el final, algo inesperado, pero hermoso que decidimos no contarlo, ya que fue un camino largo y algo que otros deben hacer para saber la verdad al final del camino de troncos.

Al volver, no fue nada de fácil, recorrimos alrededor de tres o cuatro kilómetros hasta el final de aquel camino donde el regreso era muy empinado, fuimos la mayor parte del camino caminando, ya que por mi parte, estaba al límite, sentía que podía más, pero mis piernas no respondían, mi cuello estaba contracturado y mi mente estaba anonadada con tanta belleza.

Al llegar al final, llegamos al camino principal y echamos a andar la máquina que en ese momento apenas funcionaba a carbón. Llegamos al último punto en que decimos descansar, comimos los últimos gel y tragos de agua, en ese momento agradecí de infinita forma a Miguel, que me facilitó su gel, ya que sin él hubiese llegado en estado vegetal.

Seguimos nuestra aventura, a paso corto y fatigado, poco a poco tomando el ritmo llegamos a terrenos conocidos: el portón 9, el kilómetro 5, el TIGO, y la última colina de nuestro tradicional camino. Estábamos exhaustos a más no poder, cuando de repente a Yeri le da una contractura, pensé que era el fin y terminaríamos la ruta caminado: el me gritó que siga no más y le dije “Aquí llegamos los dos sí o sí”, caminamos un poco y luego la porción interna del cuádriceps del Yeri se relajó y partimos la marcha. Al llegar a la última reja no podíamos estar más felices, bajamos como zombies y vimos ese hermoso campanil el cual nos esperaba. Estábamos sin agua ni comida, en estado vegetal y con una sonrisa en la cara.

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