Texto: Freddy Jadue
No lo logré. Simplemente no pude. Pelié, vaya que sí, pero
las exigencias del cuerpo fueron mayores y ante la deshidratación que me
afectaba tuve que aceptar que, esta vez, no iba a cruzar la meta de los 73 km
de Vulcano Ultra Trail. Un desafío que preparé con entrenamiento cruzado,
competencias previas y las clásicas salidas con los compañeros de Luciérnaga
Trail, pero ello no evitó que tomara una mala decisión, que fue lo que
finalmente me convirtió en DNF.
Ya comenzar una competencia a las 4 de la madrugada parecía
una locura, sin embargo, la adrenalina y la ansiedad, propias de un gran
desafío como es VUT, me tenían concentrado en mi objetivo. Mis compañeros iban por los 42 km y sólo la
Clau Sanhueza, había aceptado el desafío de ir por los 100 km, así que al comenzar
mi carrera, ella iba en su propia lucha, la que iba a ser apoyada en su rol de pacer, por nuestro querido Lino Urbina,
quien la había orientado en su preparación.
En la meta, amigos y caras conocidas, gestos de amabilidad,
datos de última hora, arengas varias. Este año VUT nos sorprendía con un
terreno completamente cubierto de las cenizas volcánicas originadas tras la
erupción del Volcán Calbuco, lo cual se iba a convertir en un gran obstáculo
para la mayoría, debido a que el terreno boscoso al cual uno acostumbra en este
tipo de travesía, ahora tenía textura de arena de playa.
Así, con el conteo capitaneado por la “voz oficial” de los
eventos trail running, Cristian
Valencia, comenzó la carrera que tanto había esperado. Partí junto a mis
queridos compañeros de aventura, Jackie Cárdenas y Marcelo Neira, con quienes
teníamos planeado un champañazo tras llegar a la meta... ¡Cinco, cuatro, tres,
dos, uno! y ya estábamos luchando con la ceniza, comenzando un lento ascenso
que nos iba a llevar hacia la Roca Vulcano, desde donde hay un vista magnífica del
valle, el Lago Todos Los Santos y el cordón montañoso que lo rodea.
La noche era perfecta, sin nubes. La luz de la luna dibujaba
un trazo plateado en el lago y el aire estaba realmente agradable. Así poco a
poco, cada uno según sus capacidades y como una gran serpiente luminosa, fuimos
reptando por las faldas del Osorno, franqueando cada uno de los obstáculos
naturales que nos ofrecía el circuito trazado por la organización.
Como llegué a la Roca Vulcano antes de que despuntara el
alba, me permití algo que nunca hago y me tomé un par de fotos. Es que la
sensación de “ganarle al sol” era totalmente gratificante, incluso a quienes
llegaban exhaustos, les decía lo mismo para que se animaran: ¡Le ganaron a sol!
Ahí comenzaron las bajadas rápidas por las laderas cubiertas de ceniza, para
entrar al bosque. Aparecieron más tarde en la ruta, los respectivos Puntos de Abastecimiento
y Seguridad (PAS), donde aprovechaba de complementar lo que llevaba en mi
mochila, calculando no comer más de lo necesario.
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En la Roca Vulcano |
Pasamos los otros PAS, acompañado de Marcelo y un corredor
llamado Abdo, quien se manejaba con bastones con real astucia. El sol ya estaba
haciendo de las suyas así que se agradecía cada sombra de cada árbol que nos
íbamos cruzando por el camino. En uno de los PAS estaba, la más grande de
todas, Marlene Flores, quien se había retirado. Con mis compañeros liberamos
cenizas de las zapatillas, comimos algo y nos fuimos al primer gran hito: PAS
Petrohué. El lugar de donde comenzó todo y donde estaban los amigos. Ese sector
marca los 43, 3 km de la ruta y es donde comienzan los últimos 30 km de
carrera, con la subida que nos llevaría a los 1341 msnm de la Cima La Picada.
Con Marcelo, afirmamos el ritmo debido a que era terreno
plano y acordamos estrategias para lidiar con lo que se venía. Llegamos al
Petrohué entre gritos, aplausos y demases. La energía del ambiente ere única.
Fui directo a lo que había planeado: cambiar algunas prendas de ropa, cargar
geles y comer al liviano, recordé que tenía unas pastillas Dextro con carbohidratos
y tomé una sin pensarlo, luego unos sorbos de coca cola, un par de saludos a
los amigos y salimos.
Bien cansado, pero tranquilo, seguí la ruta esperando que
apareciera Marcelo y un corredor brasileño llamado Julian que se había unido a
nuestra marcha. Hacía mucho, pero mucho calor, al menos la sensación de era de
30 grados. En eso aparece mi compañero, con más energía y me pasa a buen ritmo,
considerando las cenizas que cubrían todo. Ahí mi primera náusea. Luego otra y
otra más.
Seguía corriendo y caminado, calculando la energía para no
sobrexigirme sino ir relajado, no obstante, seguían las náuseas. Me empecé a
sentir realmente mal, pero traté de respirar mejor y pensar en cosas lindas: la
risas de mi sobrinos, la mesa servida en casa, los amigos en la ruta de los 42 km
y así, pero los malestares aumentaban.
Ahí me di cuenta que casi no tenía agua, pues había olvidado
llenar la bolsa de mi mochila. Gravísimo error.
Lentamente todas las maravillas de la carrera más linda del
año comenzaron a convertirse en un infierno. Vomité un par de veces, así que tuve
que parar a descansar. En eso aparece, mi compañero de grupo, Juan Carlos
Schwerter, un verdadero alivio fue su presencia. Me vio y me pasó un gomita de jengibre
y media pastilla de sal, eso me reanimó y pude controlar las náuseas, ponerme
de pie y seguir. Los banderilleros eran la esperanza de tener agua a la mano,
pero no había. Uno de ellos nos alentaba a gritos, nos decía que faltaba poco,
que había que seguir que tres kilómetros más… Tras el último banderillero hacia
el PAS Desolación, que era donde todos queríamos llegar, nos enfrentamos a la
parte más dura: un verdadero desierto bajo un sol que nos abrasaba, donde
íbamos en silencio y muy lentamente tratando de atisbar en la línea del
horizonte el ansiado PAS.
Varios corredores anónimos me brindaron su apoyo, dándome
unos sorbos agua o aliento. Apareció nuevamente Abdo, quien me dio un caramelo
que me dio la energía para seguir, pues los calambres se estaban haciendo más
seguidos y me estaba comenzando a marear.
“¿Dónde está la mierda de PAS?”, pensaba. Repetí mil letanías
en mi cabeza para no flaquear y no dejar que el dolor me ganara, pues tenía que
llegar como fuera… en eso apareció uno de los banderilleros con agua, así que
tomé un sorbo y continuamos hasta que el PAS estuvo a la vista, tras dos
quebradas, pude encaminarme al ansiado lugar, pero muy a duras penas pues la
piernas las tenía agarrotadas debido a la deshidratación.
En el PAS, tomé un vaso de agua, me senté y comencé a beber
por sorbos. Estaba Marcelo recuperándose, apareció don Luis Galaz, el padre de
mi amigo Yeribert, con quien estaban compartiendo la ruta de los 42 km y otras
caras conocidas. A esa altura y dadas las circunstancias, varios hablaban de no
seguir y tomar un camino más corto para volver a Petrohué. Yo languidecía en mi
silla, hasta que uno de los militares del Cuerpo de Socorro Andino, chequeó mis
signos vitales y me puso oxígeno para me repusiera más rápido. Incluso me
ofrecieron la posibilidad de descansar en una carpa hasta donde me acompañaron
y fue donde pude finalmente reponerme.
Luego todo se viene en cámara rápida: junto a otros nos
subieron a un camión militar, luego a una camioneta cuatro por cuatro y a un
bus que se llenó de cortados de los 100 km hasta que cerca de las 21 horas vuelvo
a la meta, donde estaban mis amigos y sus abrazos y palabras dulces.
Pese a la frustración de no haber terminado la carrera estoy
muy agradecido de la nobleza de los corredores anónimos que me apoyaron y a la
de mis amigos que esperaron mi regreso con paciencia infinita. Tengo la certeza
de que se aprende más del camino que del objetivo, sólo que no lo había visto
hasta vivir esta experiencia que me ha enseñado a respetar más mi cuerpo y ser
más responsable con las decisiones que tomo al respecto.
Bruno, mi sobrino de seis años, al enterarse de mi DNF, me
dijo:
“Qué triste, pero no importa si no llegaste a la meta, lo
importante es que corriste, ahora hay que entrenar más, no más”.
Gracias por leer.
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Charla Técnica |
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Con Lino, antes de partir. |
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Polera oficial |
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Con parte de Luciérnaga Trail |
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Decidido |
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Volcán Osorno |
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